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tribuna
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El camino de las nacionalidades

Feijóo necesita recuperar la capacidad de pactar fuera de bloques y, frente al discurso reaccionario de Vox, el artículo 2 de la Constitución supone un buen marco para presentar una propuesta abierta e inclusiva

Feijoo nacionalidades
El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, en un momento de su discurso en Barcelona, el 6 de mayo.Kike Rincon (EL PAÍS)
Pilar Mera

“La nacionalidad catalana debe recuperar su liderazgo”. Una frase sencilla, medida, pronunciada ante un auditorio favorable al mensaje. Con ella, Alberto Núñez Feijóo animaba a los miembros del Cercle de Economia a recuperar lo perdido con el procès (“caminar solo lleva a un peligroso callejón sin salida”) sin renunciar a su particularidad. Para el nuevo presidente del Partido Popular “la singularidad política, cultural y lingüística de los territorios es una personalidad que no es caprichosa, como algunas mentalidades centralistas piensan”.

Como el aleteo de una mariposa traviesa, la aparición de la palabra nacionalidad ha desatado un debate conceptual tormentoso, entre la crítica y el desconcierto, en la derecha española. El número tres del PP, Elías Bendodo, sacudía un poco más los espíritus afirmando que “España es un Estado plurinacional y Cataluña es una de las nacionalidades”. Con regocijo mal disimulado, Iván Espinosa de los Monteros salía a defender el honor de la nación española. El “lío de las nacionalidades” estaba servido y el líder de Vox no dudó en señalar al culpable: un Feijóo “torpe” que “no tiene las ideas claras” y busca el apoyo fácil sin sopesar las consecuencias.

¿Preveía Núñez Feijóo el revuelo que iban a causar sus palabras? Nadie está libre de cometer un resbalón, sin embargo, sería ingenuo pensar que una frase tan jugosa pronunciada en su primera visita a Cataluña como presidente del PP pasaría desapercibida. Cuando el líder gallego salió a matizar a Bendodo, muchos de los indignados con la repentina defensa popular de la plurinacionalidad vieron en sus palabras un ejercicio de marcha atrás. Feijóo rectifica, titularon. Algunos con alivio, otros con una insinuación gozosa de “derechita cobarde” que se desdice de nuevo siguiendo el paso marcado desde su diestra. “La Constitución garantiza la indisoluble unidad de la nación española y garantiza el derecho de las autonomías y de las nacionalidades que la integran” fue su aclaración. Una aclaración que sólo se puede calificar de rectificación obviando la mitad de su paráfrasis del artículo 2 de la Constitución.

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A pesar de que la defensa del término nacionalidades causa cierto recelo en parte del conservadurismo español, parece que Feijóo no quiere renunciar a la utilidad de un concepto a la vez ambiguo y expresivo. El presidente del PP no es el primero en apostar por sus ventajas. Lo hicieron, claro está, los padres constitucionales, quienes encontraron en él la manera de cuadrar el círculo sobre el que asentar las bases de la convivencia democrática que querían garantizar con su ley fundamental. Para Gregorio Peces Barba y Jordi Sole Tura, con el artículo 2 definían España como una nación de naciones. Por la misma razón, Manuel Fraga se sentía incómodo con el término, pues en su opinión nación y nacionalidad eran exactamente lo mismo. Pero acabó aceptando su inclusión y, cuando con el devenir de los años se convirtió en presidente autonómico de Galicia, apostó por la defensa del autogobierno y la exaltación del galleguismo.

El de Fraga es el mejor ejemplo de esta versión autonomista del Partido Popular que consiguió hacer compatible la defensa de la unidad de España con la reivindicación de las particularidades culturales y lingüísticas, la existencia de una identidad autonómica y la presión por una descentralización efectiva del poder. Pero no el único. Los populares gallegos ya habían conquistado la Xunta en sus primeros pasos con un candidato galleguista independiente al frente y un “Galego coma ticomo lema de campaña. Y el propio Feijóo, tras un inicio titubeante, cimentó sus cuatro mayorías absolutas en su versión personal de estos principios. Los antecedentes no se agotan en Galicia. Islas Baleares, Navarra o Comunidad Valenciana han sido otros ejemplos donde la fórmula se repitió con éxito electoral para el PP.

Los años noventa fueron el momento álgido de este nacionalismo regionalista en el PP. Por un lado, por la conquista de gobiernos autonómicos, que servían a los populares para hacer contrapeso al poder socialista. Por otro, por el pragmatismo de un José María Aznar necesitado de apoyos transversales para gobernar, que llegó y se mantuvo en La Moncloa gracias a CiU y al PNV, y defendió la necesidad de equiparar al alza las competencias autonómicas. La mayoría absoluta de 2000 trajo un giro en su discurso. Aun así, es posible encontrar guiños autonomistas más allá de Galicia. Desde la reivindicación de Cambó como referente por Josep Piqué al convertirse en líder del PP en Cataluña en los albores del milenio, a la defensa de Alberto Fabra de los valencianos como un pueblo “con identidad propia como nacionalidad histórica, que cree en la unidad de la nación como único modelo de Estado”.

Si Feijóo es consciente de que su callejón sin salida es depender de Vox, también lo será de que necesita recuperar la capacidad de pactar fuera de bloques y romper el mapa actual. Frente al discurso reaccionario y racista de los de Abascal, que parecen haber recuperado el diagnóstico de Gonzalo Fernández de la Mora (el mal de España es su desnacionalización, fruto de la pésima influencia de los nacionalismos periféricos, las cesiones de soberanía a la Unión Europea y la desnaturalización demográfica por la llegada de inmigrantes), el artículo 2 de la Constitución le ofrece un marco magnífico para presentar una alternativa democrática, abierta e inclusiva.

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