Castillos en el aire
Cada vez se está prestando más atención a las implicaciones políticas del ‘boom’ inmobiliario en todo Occidente
Para un hombre, su casa es su castillo. Ahora bien, jugando a los señoríos, hay quien tiene castillos de arena y quien tiene Rocadragón. La mayor parte de los estudios sobre desigualdad están muy centrados en la disparidad de los ingresos, pero se trata de la riqueza y, en concreto, la inmobiliaria, la que tiene un papel más importante generándola. De hecho, la riqueza está aún más concentrada. Por ejemplo, en nuestro país el 10% de la población absorbe el 34,5% de los ingresos, pero hasta el 57% del patrimonio.
Una de las tendencias más persistentes en los países desarrollados desde 1990 ha sido el crecimiento nominal de los precios de la vivienda, incluso con el parón de la crisis de 2008. Esto ha traído, obviamente, ganadores y perdedores. Los primeros son los tenedores antiguos, que disponen de unos bienes que se han revalorizado de manera muy rápida e incluso son potenciales fuentes de ingresos. Por contra, los más perjudicados por esta tendencia son los ciudadanos que viven de alquiler o entran en una nueva compra, para los que pagarlos supone una mayor proporción de sus salarios, los cuales han crecido mucho menos.
Cada vez se está prestando más atención a las implicaciones políticas de este boom inmobiliario en todo Occidente. Ben Ansell, de Oxford, ha mostrado que la vivienda, al volverse cada vez más inasequible, está generando una mayor polarización en las preferencias por la igualdad. Los propietarios, en general, optan por menos redistribución, menos impuestos y que el Estado apenas intervenga en economía. Temen ver mermado su patrimonio. Sin embargo, los nuevos llegados al mercado inmobiliario, y muy especialmente al alquiler, tienen más tendencia a pedir lo contrario.
Esta cuestión puede ayudar a entender algunas de las causas detrás de la creciente división generacional del voto en Europa. De hecho, si los estudios de Thomas Piketty se encuentran con que la edad es un buen predictor de la orientación política en nuestro país, quizá esta sea una pistola humeante. Por tanto, no sería una cuestión (solo) de valores, sino también de intereses materiales y más cuando, del escaso tercio de jóvenes que se emancipa en España, más de la mitad lo hace en régimen de alquiler.
Ahora bien, este razonamiento implica que tenemos una bomba de relojería entre manos. Dejar de ser joven se liga a ritos de paso que hablan de autonomía, para lo cual sustento y techo son dos factores clave. Si el mercado laboral ya está difícil para un joven, más aún el de la vivienda, factores que combinados frustran la idea de movilidad social. Después de todo, la polarización política no arraiga en el vacío y entre los nuevos votantes no deja de crecer. Así que mucho cuidado porque si la única manera de acceder a un castillo es heredarlo habrá quien, abocado a la nada, opte por tomarlo al asalto.
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