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Impunidad en la Amazonia

Mientras Bolsonaro esté en el poder, las probabilidades de que la humanidad controle el calentamiento global disminuyen a cada minuto

Juma Xipaya en noviembre de 2020 en Altamira (Brasil).
Juma Xipaya en noviembre de 2020 en Altamira (Brasil).Lilo Clareto
Eliane Brum

Una balsa minera ilegal de tres pisos y 30 metros de largo que navega por la Amazonia es la última imagen de la destrucción de la selva, apoyada por el Gobierno de Jair Bolsonaro. El 14 de abril, siete mineros ilegales llegaron a la tierra de los Xipayas y amenazaron al padre de Juma Xipaya, la primera jefa de su pueblo y una de las estrellas de la cumbre del clima de Glasgow.

Después, la monstruosa embarcación navegó por unidades de conservación. Agentes de la Fuerza Nacional y del ICMBio, organismo responsable de la conservación de la biodiversidad, detuvieron a los delincuentes in fraganti. Parecía una rara victoria en uno de los frentes de la guerra climática. Mientras Bolsonaro esté en el poder, sin embargo, las probabilidades de que la humanidad controle el calentamiento global disminuyen a cada minuto. Al día siguiente, la Policía Federal soltó a los delincuentes. La excusa: no pudieron llevarlos a una comisaría en las 24 horas que exige la ley porque la región es de “difícil acceso”.

Juma Xipaya hablará este jueves en Viena, en el Foro EARTH talks, sobre los ataques a la Amazonia. El Gobierno de ultraderecha de Brasil devora las instituciones desde dentro. No hace falta cerrarlas, como hacían los regímenes autoritarios del siglo XX: siguen existiendo, pero no actúan contra el presidente, su familia, sus amigos y su base de apoyo. Bolsonaro está consiguiendo destruir la única policía que parecía funcionar en Brasil. Tras quedar en libertad, los mineros ilegales se burlaron de los pueblos de la selva que los habían denunciado, mostrando de qué lado está la fuerza en el país. Adultos y niños estaban aterrorizados, en el punto de mira de los delincuentes.

A principios del milenio, la región llamada Tierra Media era uno de los pocos enclaves naturales donde la selva aún respiraba. Mantenerla viva era estratégico para cualquier escenario en el que se quisiera conservar la vida humana.

Fui la primera periodista que llegó a la región, acompañada del fotógrafo Lilo Clareto, en 2004. Llegamos a Riozinho do Anfrísio, la comunidad más amenazada, después de cuatro días de viaje por el río. Navegamos junto a Herculano Porto, el líder de la resistencia, amenazado de muerte.

La semana pasada, mientras la balsa de la impunidad avanzaba, yo sembraba en los ríos de la Tierra Media las cenizas de Lilo, que murió por la covid-19. Al día siguiente, la historia de Herculano Porto se recordó en un homenaje que tenía por objetivo mostrar el pasado de lucha a la nueva generación, que hoy se corrompe al aliarse con los destructores de la selva. Y entonces se detuvo a los delincuentes y luego se les soltó.

La certeza, una vez más, es que resistir es arriesgarse a que te maten, lo mejor es aliarse a quienes mandan en el país. No me cansaré de repetirlo: la sociedad global tiene que entender que el futuro de la humanidad depende de la lucha que se libra en el presente contra un Gobierno que utiliza la máquina del Estado para destruir la Amazonia. Demasiado solos, casi siempre perdemos.

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