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columna
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Ricos de mérito

Mientras usted y yo lidiábamos con la angustia de saber que tantos ancianos morían solos en las residencias, algunos fueron más listos y encontraron en la crisis la ocasión de sacar buena tajada

Luis Medina mascarillas Madrid
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, interviene en una sesión plenaria en el Ayuntamiento de Madrid.Carlos Lujan (Europa Press)
Najat El Hachmi

A estas alturas ya me doy cuenta de que nunca seré rica. No solo porque no compre lotería, sino porque me faltan las dotes imprescindibles para adquirir una cantidad de dinero tan grande digna de ser llamada “fortuna”. Cuando leemos lujosos reportajes sobre la vida de los que más tienen y su elevado estilo de vida, su buen gusto cultivado desde la cuna, no podemos menos que fascinarnos por tan exquisitos seres humanos. Nos seducen mostrándonos sus casas de ensueño. Hasta el punto que con ellos desarrollamos algo parecido al síndrome de Estocolmo: llegamos a creer que son así de fabulosos por méritos propios, que por su sangre distinguida corren la riqueza y la finura características de su forma de estar en el mundo.

Recuerdo un reportaje de Vanity Fair sobre los hijos de Naty Abascal, con sus botas de montar salpicadas de barro, ese aire de glamour sureño. Lloraban solo como saben llorar los ricos, apropiándose de las historias de dolor de otros para pintarse como desgraciados a pesar de la opulencia y la buena suerte con la que nacieron. Su gran drama habrá sido, imagino yo, tener que esforzarse en mantener el nivel alto porque en los tiempos que corren los ducados no dan para tanto.

¿Y para qué han servido los internados de pago y las buenas conexiones con otros ricos y famosos? Para acabar (supuestamente) como tantos otros “emprendedores” cuyo enorme talento no les deja otra que saquear las arcas de lo público. Encima con el mal gusto de los nuevos ricos, de lo que comprarían los pobres si tuvieran dinero: rolex y ferraris.

Y es que la principal diferencia entre los ricos y quienes seguimos invirtiendo en esfuerzo y trabajo para dar de comer a nuestros hijos es la capacidad que tienen los primeros de detectar insólitas oportunidades financieras. Por no hablar de la ética y los principios, la solidaridad y la preocupación por lo común. Mientras usted y yo lidiábamos con la angustia de saber que tantos ancianos morían solos en las residencias, admirábamos y aplaudíamos a los sanitarios que arriesgaban sus vidas para atender a los enfermos sin el material necesario para protegerse del virus, mientras hacíamos madalenas con los niños para distraerlos de la gran catástrofe mundial, algunos fueron más listos y encontraron en la crisis la ocasión de sacar buena tajada. Si no existe, que los jueces establezcan ya el agravante de psicopatía social masiva.

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