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Tribuna
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Si Will Smith hubiera pegado a una mujer

Creo que los hombres están alienados por la violencia machista. Y creo además que tienen menos dominio sobre su identidad que las mujeres

Secuencia del momento en que Will Smith golpea a Chris Rock en la ceremonia de los Oscar, el pasado domingo.
Secuencia del momento en que Will Smith golpea a Chris Rock en la ceremonia de los Oscar, el pasado domingo.BRIAN SNYDER (REUTERS)
Nuria Labari

Si Will Smith hubiera pegado a una mujer en la ceremonia de los Oscar no hubiera podido quedarse durante toda la gala ni habría ido a bailar después. Puede incluso que hubiera salido esposado del Dolby Theatre. Eso es porque el hombre como sujeto político sigue siendo un sujeto violento consentido y alentado por el Estado y por el mercado. Por eso, que un hombre pegue a otro es un asunto que requiere explicación antes que sanción. Si Will Smith hubiera pegado a una mujer su carrera estaría cancelada, pero veremos cómo se comporta el star system con la violencia machista ejercida contra otro sujeto político violento, por cuanto varón. Huelga decir que si quien se levanta a pegar hubiera sido mujer, la explicación habría sido unívoca: “Está loca”. Pero Smith no es ningún loco, solo es un hombre.

“El cuerpo de las mujeres pertenecía a los hombres; en contrapartida, el cuerpo de los hombres pertenecía a la producción, en tiempos de paz, y al Estado en tiempos de guerra”, escribió Virginie Despentes en Teoría King Kong allá por 2006. Entonces ella pensaba que esta diferencia empezaba a ser superada por otra injusticia: la polaridad en función de la clase social. “El soldado más famoso de la guerra de Irak es una mujer. (…) Los conflictos armados se han vuelto territorios mixtos”, añadía. Pero aquí pecó de optimista, creo yo. Porque la pobreza se ha convertido en una capa más de injusticia que no ha sustituido la violencia estructural ejercida a través del cuerpo de los hombres.

Hoy llevamos más de un mes de invasión en Ucrania y Volodímir Zelenski ha decretado una ley marcial según la cual todos los hombres en edad militar (entre 18 y 60 años) están obligados a quedarse a luchar y a morir en nombre del Estado. Una forma de instrumentalizar la violencia a través del cuerpo masculino que ha pasado casi inadvertida para las víctimas masculinas del machismo de todo el mundo. Sin embargo, muchos varones ucranios no quieren quedarse a morir en nombre del Estado: ellos están siendo los apestados de la invasión. Se consideran desertores y el Gobierno polaco apenas admite solicitudes para su refugio. ¿Qué pasaría si un Estado obligara a las mujeres de entre 18 y 60 años a matar y morir en su nombre? ¿Se imaginan las reacciones de apoyo, las columnas en este mismo periódico de otras mujeres en defensa del derecho legítimo a decidir sobre el propio cuerpo? Sin embargo, los hombres se mantienen dóciles respecto de la violencia que el Estado confiere al cuerpo del varón. Solo un texto he leído por aquí denunciando esta violencia machista y lo firmaba una mujer: Sabina Urraca.

En los últimos años las mujeres hemos denunciado de forma unívoca y universal el hecho de que nuestro cuerpo simbólico pertenezca de una u otra manera a los hombres. La objetualización del cuerpo de la mujer para uso y disfrute del cuerpo masculino es hoy denunciada y señalada allí donde sucede (aunque queda camino dado que el abuso es sistémico). Mientras tanto, el sujeto político varón es violento y mata y viola y lo hace de manera sistemática también. Es por ello que el sujeto político del feminismo ha sido durante mucho tiempo (y aún sigue siendo) el de la mujer víctima, el de la mujer muerta, el de la maltratada y el de la violada.

Y yo me pregunto. ¿Qué hacen los hombres al respecto? ¿En qué están pensando? Me cuesta entender las causas por las que muchos no se rebelan contra el machismo que asedia el cuerpo femenino con la determinación con que lo hacemos las mujeres. Pero me sorprende más la docilidad masculina respecto de la alienación violenta de sus propios cuerpos. Veo a Will Smith levantarse con su gesto macarra y gritar la frase de chulo de instituto, de barrio, de pueblo, de ciudad, de bar, de bautizo, de discoteca: “Mantén el nombre de mi mujer fuera de tu puta boca”. Y comprendo que ni siquiera es suya, que Smith no es más que un fantoche, una máscara que ni siquiera es consciente de llevar puesta. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase? ¿Cuántas veces un padre, un amigo, un jefe, un amante, un compañero pondrá su cuerpo al servicio de la violencia sin cuestionarse y sin que ningún otro lo cuestione en su nombre? A Smith le hemos oído decir palabras semejantes y propinar golpes semejantes en la ficción cientos de veces. Es un macho, un poli, un héroe, el que salva a la chica, el que entrega su cuerpo violento a la fama, al mercado y al Estado. De hecho, la violencia masculina está tan absolutamente interiorizada que Chris Rock recibe el puñetazo de Smith con asombrosa normalidad. Él hace una broma sobre “la mujer” de Will y Will le pega en consecuencia. Forma parte de lo posible, de lo razonable. Lo impensable hubiera sido que la propia Jada Pinkett Smith se levantase a sacudirlo, no solo por deplorable sino por imposible. Tendría que estar loca para hacerlo. Ella hubiera detenido la gala, pero un macho violento es tan absolutamente coherente con el relato del show que mucha gente creyó que era una broma. En el fondo, los varones violentos siguen resultando graciosos (o razonables) para muchos.

Por lo demás, el hecho de que el cuerpo de los hombres conlleve un deber ser violento se interpreta como un privilegio y se asume que ellos no se quejan para poder disfrutarlo. Es decir, para seguir violando, pegando y matando. Yo digo (y espero) que no. Creo que los hombres están alienados por la violencia machista. Y creo además que tienen menos dominio sobre su identidad que las mujeres. Mantengo que es más difícil borrar un cuerpo que sangra, que da a luz, que da leche, que se manifiesta incluso sin pedir permiso y exige constantemente ser pensado. En cambio, los hombres han renunciado a su cuerpo legítimo con obediencia ciega y patriarcal.

Y así es como lo convierten en un sujeto violento en nombre del amor y del Estado todos los días y en todas partes, sin que nadie lo denuncie. Vale que desde hace poco parece que los varones de Hollywood no pueden violar actrices sin ser cancelados (el avance no es menor), pero todo lo demás está permitido y alentado. De hecho, Hollywood es un generador de violencia masculina infatigable y la bofetada de Will no es más que una consecuencia directa de una industria que genera machismo en el 90% de sus producciones, tirando por lo bajo.

Hay una frase mítica en una de las muchas películas machistas y violentas que ha protagonizado Will Smith. “Caminamos juntos, morimos juntos, rebeldes para siempre”. Es el lema de Dos policías rebeldes, una saga que debe llevar ya tres o cuatro partes y en la que Smith sella con esta frase su honor y el de su compañero. El policía Mike Lowrey pronuncia la sentencia y Will Smith, el actor que hay detrás, se la cree. Y con él demasiados niños (y hombres) en todo el mundo crecen convencidos de que la violencia ejercida a través de sus cuerpos es una forma de rebeldía. Cuando lo cierto es que los hombres violentos no son nadie, carecen de identidad y no tienen valor para defender ninguna cosa, ni siquiera a ellos mismos.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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