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Ofensiva de Rusia en Ucrania
Columna
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No hay alfabeto soberano

Al modificarse el alfabeto, el paisaje lingüístico se vuelve familiar de forma repentina para los hablantes de otras lenguas con ese mismo alfabeto, que de pronto pueden leer, aunque no las entiendan, palabras en su mismo código

La presidenta de Moldavia, Maia Sandu, posa con el documento de solicitud de adhesión a la Unión Europea, en el edificio de la Residencia del Estado en Chisinau, Moldavia, el pasado 3 de marzo.
La presidenta de Moldavia, Maia Sandu, posa con el documento de solicitud de adhesión a la Unión Europea, en el edificio de la Residencia del Estado en Chisinau, Moldavia, el pasado 3 de marzo.STRINGER (EFE)
Lola Pons Rodríguez

Escribo desde un país que tiene un himno sin letra pero que usa la eñe como símbolo identitario informal. Pese a ello, digo con convicción que el alfabeto es lo menos propio de una lengua. Lo son los sonidos, los modos de edificar la frase, pero no las letras. Estas son tan advenedizas y sobrevenidas como una chaqueta cambiante que varía a soberanía nuestra. Esta lengua que ahora escribo usando el alfabeto latino podría escribirse con otro alfabeto y sonaría más o menos igual; de hecho, es un juego común para quienes aprenden griego, árabe o alguna lengua eslava escribir su nombre y apellidos españoles en alfabeto helénico, en las letras del alifato o en alfabeto cirílico. Y cuando hacen eso, siguen escribiendo en español, aun con otro alfabeto.

Por estas razones, la modificación del alfabeto tradicional de un idioma no solo es posible sino que ha sucedido en numerosas ocasiones. Muchas lenguas han variado su sistema gráfico de manera intencional y por una decisión tomada deliberadamente desde arriba. Si les deslizo ejemplos de lenguas del este, adivinarán hacia dónde me dirijo. La lengua de Kazajistán hoy se escribe con este mismo alfabeto latino que nosotros usamos, pero en el siglo XX se escribió primero con alfabeto árabe, luego con alfabeto latino y después en cirílico. En 2017 el kazajo inició un proceso para volver a ser escrita solo en alfabeto latino y se prevé que el cambio, en todas sus dimensiones (escolar, administrativa, libresca), habrá terminado en 2025.

¿Cambia esto en algo la lengua? Aparentemente no. La realidad es que sí. Al modificarse el alfabeto, el paisaje lingüístico se vuelve familiar de forma repentina para los hablantes de otras lenguas con ese mismo alfabeto, que de pronto pueden leer, aunque no las entiendan, palabras en su mismo código.

Tener un alfabeto latino te hace más afín, aunque sea visualmente, al occidente europeo mientras que el cirílico consuena con los territorios al este. No siempre fue así. Fueron los soviéticos quienes en una primera etapa impulsaron el abrazo al alfabeto latino para tratar de extender el comunismo por el mundo y, de paso, dar escritura a lenguas de la URSS que no se escribían. Casi medio centenar de lenguas de la URSS pasaron a escribirse por primera vez en alfabeto latino en el siglo XX. Estas campañas de latinización terminaron frenándose en los años 30, cuando se dio la vuelta a la iniciativa para promover el uso del cirílico en las lenguas de la URSS. El telón era de acero y también de letras.

Una parte de la historia propia que muchos países del este han tratado de construir desde su separación de la Unión Soviética ha sido la del abandono del cirílico. Encajado en la frontera sur de Ucrania está otro país, Moldavia, que podría ser el siguiente objetivo de expansión bélica rusa. La lengua de Moldavia (la llamemos moldavo o rumano) transitó del alfabeto cirílico al latino tras la caída de la URSS en 1989. Por si acaso, además de cambiar el alfabeto, Moldavia ha solicitado formalmente hace cuatro días ingresar en la Unión Europea. Por vía simbólica y diplomática están tratando de defender su soberanía, están llamando a este lado del telón que denominamos Europa y que tiene en la latinidad de su alfabeto una identidad histórica incuestionable.

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.

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