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Ofensiva Rusia y Ucrania
Tribuna
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La disuasión nuclear después de Ucrania

La invasión rusa recuerda que seguimos viviendo en un mundo en el que existen armas atómicas y que debemos esforzarnos en reducir a largo plazo los arsenales

Moscú
Lanzadores de misiles balísticos intercontinentales, durante el desfile en Moscú del Día de la Victoria en 2016.Alexander Zemlianichenko (AP)
Joseph S. Nye

La invasión rusa de Ucrania ha reactivado muchas preguntas en relación con la disuasión nuclear. Cualquiera que sea el resultado de una guerra que puede alargarse, las cuestiones que ha suscitado perdurarán. En 1994, Ucrania entregó las armas nucleares que había heredado de la Unión Soviética a cambio de garantías de seguridad por parte de Estados Unidos, Reino Unido y Rusia. Pero esas garantías resultaron vanas y, como Ucrania no es miembro de la OTAN, no está cubierta por la disuasión ampliada que permite el paraguas nuclear estadounidense.

¿Qué puede decirse de las extintas repúblicas soviéticas que se unieron a la OTAN? ¿Funcionaría realmente la disuasión ampliada estadounidense en los casos de Estonia, Letonia y Lituania o de sus aliados en Asia? Para que la disuasión resulte creíble, las armas nucleares tienen que ser utilizables. Pero si son demasiado utilizables, un accidente o un error de cálculo pueden conducir fácilmente a una guerra atómica desastrosa.

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Para lograr un equilibrio eficaz, debemos considerar la combinación adecuada de instrumentos nucleares, convencionales y de otra naturaleza, y luego reducir el componente nuclear siempre que sea posible. Por ejemplo, cualquiera que sea la respuesta adecuada al creciente arsenal atómico de Corea del Norte, no debería incluir una reintroducción de las armas nucleares tácticas que el presidente George H. W. Bush sacó de la península coreana en 1991.

Del mismo modo, en el caso de Japón la credibilidad de la disuasión ampliada estadounidense depende de que haya tropas de Estados Unidos en el país, no de la presencia de armas nucleares. Al compartir la vulnerabilidad que afrontan las tropas japonesas, Estados Unidos fija un destino común que reduce el temor de sus aliados a abandonar. Aunque los escépticos decían que el pequeño contingente militar estadounidense en Berlín no hubiese podido jamás defender la ciudad contra la Unión Soviética, la presencia física de Estados Unidos resultó esencial para la disuasión y para una resolución pacífica de la Guerra Fría (hubo una época en la que Estados Unidos también tuvo artillería nuclear desplegada en Europa, pero fue eliminada por los riesgos relacionados con la cadena de mando y control.)

Conforme Estados Unidos y otros países siguieron modernizando sus fuerzas, el debate sobre la empleabilidad se mantuvo. La disuasión es psicológica, y algunos analistas sostienen que incluso una superioridad aparente en cuanto a armas utilizables puede resultar determinante en una crisis. Otros, entre ellos el difunto politólogo de la Universidad de Columbia Robert Jervis, piensan que las medidas de equilibrio nuclear son demasiado imprecisas para sostener una conclusión de esa naturaleza. La destrucción mutua asegurada no es una política; es una condición.

De hecho, la historia muestra que no hace falta una alta probabilidad de uso para crear una disuasión existencial. La aplastante superioridad del arsenal nuclear estadounidense no evitó que el presidente John F. Kennedy se sintiera disuadido ante el riesgo de una escalada, por pequeño que fuera, durante la crisis de los misiles de Cuba. En la actualidad, las armas nucleares pequeñas y precisas parecen tan utilizables que ya las consideramos normales, pero los peligros de una escalada se mantiene. El hecho de que determinados objetivos militares se encuentren cerca de ciudades implica que ese peligro persistirá. Evitar una catástrofe depende más de reducir el riesgo de una guerra nuclear (sea deliberada o por accidente) que de cambios en la doctrina militar de selección de blancos.

El principio de reducción de riesgos permite rechazar de plano ciertas políticas. Por ejemplo, un protocolo de “lanzamiento ante una alerta” (launch on warning) que delegue en los comandantes desplegados en el campo de batalla la decisión de disparar armas atómicas puede mejorar el poder de disuasión, pero también eleva el riesgo de una provocación innecesaria. Los halcones en materia de defensa olvidan a veces que la disuasión depende de la psicología del oponente, no de la propia.

Por otra parte, las palomas proponen escapar del dilema de la empleabilidad y el apaciguamiento del adversario, pero eso puede crear una impresión de debilidad que aliente al rival a correr más riesgos. A veces, estos estrategas nucleares se pasan de listos al diseñar elaboradas estrategias que se basan exclusivamente en cálculos y no tienen en cuenta la experiencia.

A mitad de camino entre halcones y palomas, los búhos valoran ante todo la reducción de riesgos. Allí donde los halcones tienen el gatillo fácil y las palomas difícil, la propuesta de los búhos es un arma con un seguro en el que se pueda confiar.

La invasión rusa de Ucrania recuerda que seguimos viviendo en un mundo en el que existen armas nucleares y que debemos esforzarnos en reducir a largo plazo (aunque no suprimir) los arsenales. Como señaló cierta vez el físico Richard Garwin, “si la probabilidad de que haya guerra nuclear este año es de un 1% y si cada año sólo conseguimos reducirla al 80% de lo que fue el año anterior, entonces la probabilidad acumulada de una guerra nuclear de aquí a la eternidad será del 5%”.

Otra consecuencia significativa a largo plazo que hay que tener en cuenta es el efecto psicológico de la disuasión nuclear en nuestra vida moral. El teólogo Paul Ramsey decía que la disuasión nuclear es como atar bebés a los parachoques de los coches para que los conductores reduzcan la velocidad y caiga la cifra de fallecidos en accidentes de tráfico. Pero aunque esa metáfora ayuda a despertar un rechazo ético, no resulta una descripción adecuada, porque la gente no vive hoy con el tipo de miedos que esperaríamos ver en el escenario que describe Ramsey. Por supuesto, eso no nos habilita para tomarnos la cuestión a la ligera; más bien, defiende una idea de “disuasión justa” (una ampliación de la teoría de la guerra justa) combinada con el énfasis en reducir el riesgo nuclear a largo plazo.

Es casi seguro que cualquier intento de predecir los cambios a largo plazo resultará erróneo, pero, aun así, podemos hacer un boceto aproximado de escenarios futuros creíbles, sin dejar de prepararnos para sorpresas (tecnológicas y políticas). En el pasado, las mejoras tecnológicas en materia de precisión hicieron posible reducir la potencia y el tamaño de las armas nucleares. Pero con los ciberataques a los sistemas de mando y control, los ataques con sistemas láser a satélites y los sistemas autónomos de armamento surge una nueva clase de problemas. Esta es el tipo de riesgos que debemos tratar de prever, comprender y reducir.

También habrá cambios en el terreno político. Los adversarios ideológicos de la Guerra Fría fueron desarrollando un régimen de normas de comportamiento, tanto tácitas como explícitas, porque ambos tenían interés en evitar una guerra nuclear. La rivalidad estratégica actual con China y Rusia puede evolucionar de muchas maneras. Conforme nos adaptamos a cambios y sorpresas, debemos seguir analizando el modo en que nuestras decisiones afectarán al objetivo a largo plazo de reducir el riesgo de una guerra nuclear.

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