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La Sabatina
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La cohabitación

El próximo líder del Consejo Coordinador Empresarial tiene todo lo que quieren las cabezas del empresariado mexicano: un representante que le guste al presidente

El presdiente Andrés Manuel López Obrador posa durante una reunión con empresarios en el Palacio Nacional el 22 de febrero de 2022.
El presdiente Andrés Manuel López Obrador posa durante una reunión con empresarios en el Palacio Nacional el 22 de febrero de 2022.Presidencia de México (Presidencia de México EFE)
Salvador Camarena

En los días por venir, la nave nodriza de la patronal mexicana cambiará de timonel. No hace falta decir el nombre de quien llegará al puesto, dado que se da por hecho que ése posee una cualidad: será elegido porque su oferta es que Palacio Nacional lo ve bien. Así que el próximo líder del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) tiene todo lo que quieren las cabezas del empresariado mexicano: un representante que le guste al presidente.

Que la iniciativa privada quiera llevarse bien con el mandatario en turno no tiene nada de raro. De hecho, México ha resentido las épocas en que se han llevado demasiado bien. Cuando se autonombraban soldados del mandatario, cuando eran desprendidos a la hora que les pasaban la charola donde se reunían millonarios fondos para las campañas del PRI, cuando preferían acuerdos en lo oscuro y de espaldas a la gente, cuando de una forma u otra co-gobernaban.

Pero que en un sexenio donde la economía no solo va mal, si no que no se ve que se quiera hacer algo real para componerla; en un tiempo en que mientras los nubarrones financieros se juntan el presidente propone una reforma energética que pasmará aún más las inversiones; en una relación en que semana a semana el Ejecutivo les receta floridas denostaciones en la mañanera, ¿por qué los hombres de los negocios quieren, ante todo, elegir a alguien que ven plegado a la presidencia de la República?

Andrés Manuel López Obrador prometió separar el poder político del poder económico. Y en sus pregones mañaneros jura que en eso sigue. Hay que acreditarle que en este sexenio múltiples emporios han pagado impuestos millonarios que antes litigaban –a sabiendas de que le ganarían a una autoridad torpe, cambiante y, fundamentalmente, corruptible–. También hay apuntar rebajas a las doradas condiciones que empresas tenían en concesiones de carreteras, ductos o cárceles.

Con tal panorama, inflación y reconcentración de proveeduría energética por parte del Estado incluidas, más la sarta de epítetos que les propina cada mañana, ¿qué empresario podría estar feliz en estos momentos del sexenio?; o dicho de otra forma, ¿por qué el principal motor del empresariado organizado decide que su postura sea la de agradar a quien los retrata casi sin matices como villanos si no que de plano corruptos o traidores?

López Obrador ha dicho en público varias veces que los empresarios se quejan de que el país va mal pero que reconocen que a ellos, incluidas sus empresas, les va bien. Los empresarios, los organizados vaya, no han desmentido al presidente. Y esta misma semana se han retratado – sonrientes-- en Palacio Nacional con él. AMLO les tiene tomada la medida.

En cambio ellos, desde el mero arranque del sexenio, mostraron que no sabían qué hacer frente al presidente, así que una de las primeras decisiones de algunas cabezas de la Iniciativa Privada fue grabar un videíto donde saludaban el triunfo de quien doce años antes fue visto, por ellos mismos, como un peligro para México.

Ese video tenía tres defectos. El primero es que gente que rara vez da la cara en público debutó en redes sociales con un mensaje tipo TikTok. Como fuera obvio que no son nativos de ese medio, y que su mensaje no solo resultaba inconsistente con su larga carrera de inaccesibilidad mediática sino que para nada inauguraba una nueva época de interlocución democrática, ese gesto fue visto como producto de su desesperación por obtener la indulgencia de ese a quien tanto tiempo subestimaron o, incluso, despreciaron.

El segundo error es que el mensaje de esos patrones no proponía algo para los nuevos tiempos, para la agenda de primero los pobres, austeridad y, al menos esa era la promesa, fin de la impunidad. Tercero: fundamentalmente se mostraban dispuestos a bailar al ritmo que les tocaran cuando incluso no había comenzado la música del lopezobradorismo. Un nuevo amo había llegado y quienes estaban acostumbrados a mandar, o a comandar, se mostraban urgidos de que les invitaran al banquete de quien da y quita.

Era otra muestra de que la estrategia de López Obrador había funcionado. A diferencia de la campaña de 2006, Andrés Manuel sabía desde mediados del peñismo que llegaría a la elección definitiva con empuje pero con el riesgo de que una vez más se alinearan sus adversarios. Por eso en la ruta pactó lo que fuera necesario: sumó a sus filas a reconocidos expanistas para verse más conciliador, a defenestrados que el sistema corrupto llegó a ver como amenaza –v. gr. Santiago Nieto—, y a empresarios que le dieran una pátina de confiabilidad frente al capital, como el regiomontano Alfonso Romo.

Con mayorías en las dos cámaras y un mandato claro, López Obrador ejerció el poder incluso antes de tomar posesión al cancelar el nuevo aeropuerto capitalino. Y apenas iniciando el sexenio fue coleccionando renuncias de funcionarios de órganos autónomos a quienes por las “buenas” o por las muy malas hicieron dimitir. Desde la Corte hasta el Banco de México, pasando por la Comisión Nacional de Hidrocarburos y la Reguladora de Energía, fueron reconfiguradas. Esa receta fue coronada con la aprehensión de un abogado de la clase política saliente.

Pero respecto a los barones del dinero Andrés Manuel hizo gala de pragmatismo. Asigna a dedo importantes obras o tareas, se asume como el único regulador de los sectores estratégicos, demanda lealtad de los emporios mediáticos, exige docilidad de los concesionados y, como tiene a sus ricos consentidos, anula cualquier iniciativa de que le enfrenten en bloque o cohesionados.

La fórmula ha dado como resultado un panorama singular. La prensa que suele consumir la clase empresarial está llena de columnistas que no dudan en llamar tirano al presidente, pero no pocos de los líderes de esos sindicatos de patrones, suscritos como están a esas páginas editoriales y a los clubes industriales, hacen votos, en público y privado, para darle más crédito a las ideas y a las obras del Ejecutivo.

Así que la primera duda es si los líderes de las cámaras patronales ya hicieron cuentas y pasado el ecuador del sexenio creen que más vale resistir insultos y discrecionalidad dos años más, y esperar que la sucesión presidencial los ponga en condiciones de una nueva y más ventajosa negociación con quien se perfile a ser la próxima o el próximo ocupante de Palacio.

Otra interrogante es cuánta de la postura de apaciguamiento es compartida por las bases de esos líderes. Si la economía va mal, pero al gran capital le va bien, entonces los costos los deben estar poniendo otros. ¿Esos otros son los millones de pobres con aun más precarizadas ocupaciones? Es decir, los nuevos empleados del enorme sector informal. ¿O los consumidores desgastados por la carestía? Pero, hablando de nuestro tema, en esos “otros” a los que les está yendo mal, ¿debemos sumar también a pequeños y medianos empresarios, tan proscritos como están de los almuerzos de tamales de chipilín con el mero mero y eso que son la gran mayoría? ¿Será que las cámaras tienen un tema pendiente de representatividad, equidad de género incluido?

El hecho es que si llega con sus peores consecuencias, los empresarios serán coautores del desastre económico que algunos vaticinan como inevitable dadas las decisiones económicas asumidas por el presidente López Obrador. Los del capital no podrán decir que se desmarcaron de una política industrial errática o arcaica.

Nadie ha dicho que fuera sencillo descifrar el acertijo de Andrés Manuel, y de ello da fe Carlos Salazar, el presidente saliente del CCE. En los últimos tres años este regiomontano sufrió no solo el desgaste de lidiar con un presidente calculador, mercurial y alérgico a apoyar empresas, sino con la timorata actitud de quienes actúan bajo la consigna de que si yo me puedo salvar, pues ya luego a ver qué país resulta, así en la pandemia como en la recesión.

Salazar se preguntaba en tiempos de la elección de 2018 cuántos de los votos de AMLO provenían de la falta de liderazgo de los empresarios para aportar al debate información que ayudara a que la promesa de una nueva justicia social se hiciera con bases sólidas. Esa pregunta sigue vigente en 2022. México es el país de empresarios y presidente sonrientes en una foto del martes, tomada en medio no solo de una economía famélica, sino de servicios públicos –salud, educación e infraestructura-- socavados.

AMLO sonríe en esa imagen, claramente, porque sabe quién manda, consciente de que no separó los poderes sino que los asumió todos. Pero los otros que aparecen en esa fotografía del martes, ¿ríen para no llorar? ¿Ríen porque lo cortés no quita lo valiente? ¿Por buena educación? ¿Porque el presidente es el presidente y nadie le dice que no? ¿O porque a pesar de todo el ruido mediático la cosa no va tan mal, o, para ellos, va francamente bien?

Como las cuentas sí salen en sus negocios, como Andrés Manuel ha debilitado la autoridad antimonopolios, como ha restablecido que árbitro hay uno: él y nadie más, y ese lenguaje de la negociación en el despacho sí les gusta, entonces ¿qué más da que un día antes de esa reunión empresarios-mandatario éste les haya llamado más feo a ellos –diciéndoles delincuencia organizada de cuello blanco— que a los cárteles del crimen organizado mismo? ¿Es un honor estar con Obrad…?

En la parte central de esa foto aparece Carlos Salazar. Al agradecerle vía tuiter la interlocución que tuvieron estos años, Andrés Manuel fue claro: no todo fue miel sobre hojuelas, dijo sobre esa relación.

La historia del sexenio la escribirá López Obrador en un libro, o varios, por venir. ¿El presidente que no se guarda cosa alguna revelará de veras qué fue eso que no fue miel sobre hojuelas, qué les pidió que no le dieron, que les ordenó que no obedecieron, qué quiso y no recibió?

Quién sabe quién de los que estuvieron el martes vaya a escribir o a explicar qué se propuso –a parte de sobrevivir al menor costo o con la mayor ganancia, que es lo mismo pero peor—en este sexenio en su relación con López Obrador, con quien por cierto tienen otra cosa en común: mucho discurso sobre igualdad de género pero en la realidad, y para muestra el botón de la foto, son felices en su club de Toby de siempre.

De la mano de Alfonso Romo, convidado de piedra en la foto de marras pues ya no tiene cartera que no sea la propia, y de los secretarios de Hacienda en turno este gobierno anunció paquetes gigantes de inversiones. Luego de dos trimestres sin crecimiento, ¿estamos como estamos porque IP y gobierno no cumplieron esos proyectos? ¿O estamos como estamos a pesar de que cumplieron? En cualquier caso el balance es el mismo: esta relación no es lo productiva que demanda el país, y no es solo responsabilidad de AMLO.

Qué bueno que el CCE lo ganará uno palomeado por la Aguilita. Cuando llegó Salazar había duda de qué pasaría, ahora no: tendremos menos disonancia, sabremos que, como en el pasado, hay acuerdo entre los poderes. Cohabitan sin disimulo y sin problema. Un alivio en un entorno sombrío. Bueno, sombrío para México, pero no para AMLO ni para esos empresarios.

Lo demás –que si polarización, que si crisis, que si el mejor presidente de la historia, que si conservadores, que si populista, que si corrupto, que si golpistas, que si vamos requetebien, que si ya estamos en recesión-- será puro ruido en medios y redes. Felices, los que mandan sonríen a la cámara: “whiskey”.

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