El nacionalismo zarista de Putin
La guerra que la concepción de la historia rusa genera tendrá consecuencias dramáticas no solo para Ucrania y Europa, sino también para su propio país
Tras semanas de maniobras dilatorias y amenazas guerreras, el presidente Vladímir Putin ha decidido “reconocer” las “repúblicas separatistas” prorrusas de Donetsk y Lugansk, y ha iniciado el bombardeo de varias ciudades en Ucrania. Es una violación flagrante del Derecho internacional suscrito en los acuerdos de 1991, una declaración de guerra cuyo objetivo es el desmantelamiento de la soberanía del Estado ucranio. Esta invasión pretende ahora hacerse en nombre de las nuevas “repúblicas” independientes, para proteger a sus ciudadanos de las represalias del Gobierno “nazi” de Kiev. Es también el fracaso definitivo del plan de paz previsto por los acuerdos de Minsk (2015), que no se ha podido aplicar debido particularmente tanto a la actitud vacilante de Ucrania como a los enfrentamientos que no cesaron entre los protagonistas de ambos lados.
Putin ha alegado varias razones, desde el temor a que Ucrania se convierta en una potencia nuclear como consecuencia de la extensión posible de la OTAN, hasta la defensa de los rusohablantes en este país. Más sorprendentes resultan, sin embargo, sus argumentos vertidos en la rueda de prensa del 21 de febrero, que denotan su visión profunda del “problema”. Dice que la nación ucrania es una invención de la “revolución bolchevique” ―un “golpe de Estado”, para él―, en especial de Lenin, que entregó Ucrania a grupos nacionalistas para salvar el poder soviético asediado por casi todos los ejércitos europeos de aquella época. “Durante mucho tiempo”, añade Putin, “las tierras históricas de la antigua Rusia en el Sur Oeste, se consideraban ellas mismas rusas y ortodoxas, antes del siglo XVII y después también…”. Pero en 1917, la revolución decidió despojar a Rusia de estos territorios, creando un artificio, “una locura”, que no correspondía a los intereses ni históricos ni estratégicos de Rusia.
Con ello, Putin emprende una lectura particularmente torcida del pasado, culpando a todos los dirigentes rusos predecesores de la situación inextricable en la que se encuentran actualmente las relaciones ucraniano-rusas. Su interpretación es un fantasma.
En realidad, desde finales del siglo XIX hasta 1917, existía un debate teóricamente muy rico entre los movimientos políticos rusos, marxistas o no, que proponían soluciones para acabar con el nacionalismo imperialista zarista que oprimía a las nacionalidades en Rusia. El más duro entre ellos, Lenin mismo, denunciaba el “nacionalismo Gran Ruso”, una actitud salpicada de prejuicios contra los no rusos y que denegaba toda legitimidad a sus reivindicaciones nacionales. El fundador de la república comunista, en nombre del internacionalismo, planteaba claramente una independencia vinculada al marco federalista de la Unión de las repúblicas soviéticas. Consideraba Ucrania una nación distinta de Rusia, en la que convivían minorías rusas, pero también alemanas, bielorrusas, etc. Hoy, recuperando aquel “nacionalismo Gran Ruso”, Putin impulsa, ni más ni menos, el retorno al viejo imperio zarista y al desprecio de las nacionalidades oprimidas. La guerra que esta concepción de la historia rusa genera tendrá consecuencias dramáticas no solo para Ucrania y Europa, sino también para su propio país.
Edificante lección para sus vecinos.
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