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Columna
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La izquierda y el deseo

Se trata de girar el discurso de prohibir hacia uno que vaya de abrir posibilidades, que otorgue primacía al hacer

La izquierda y el deseo / Máriam M Bascuñán
Del Hambre
Máriam Martínez-Bascuñán

¿Qué significa prohibir algo? ¿Qué logramos cuando delimitamos lo que es lícito o no hacer, cuando trazamos la línea entre lo bueno y lo malo, lo conveniente y lo perjudicial? Y más aún: ¿quién prohíbe? Estas preguntas, menos retóricas de lo que simulan ser, surgieron tras mi encuentro con Philipp Blom, entrelazadas con otra, quizá más acuciante: ¿cuál es nuestro horizonte de progreso? En la tensión entre ambas tentativas, en el impedir el paso de toda prohibición, pero también en la mirada larga hacia un horizonte que prometa una vida buena, está, creo, el tema más acuciante de nuestro tiempo, que además atañe a todos, pero especialmente a las izquierdas. Hablamos, claro, del cambio climático. Y de tantas otras cosas.

Aunque sea imprescindible, no basta con regular en negativo y establecer límites claros a nuestra actividad contaminante, con prohibir prácticas y fomentar otras más saludables para el planeta. Quien manda prohíbe, pero también puede utilizar el poder como anclaje para ofrecer un relato que defina un horizonte de mejora, sin olvidar la terrible ambivalencia del progreso: nuestro avance tecnológico y ético ha generado muchas turbulencias lejos de aquí, y desde luego explotación, injusticia y miseria. Pero si la intuición de Montaigne es acertada, si “prohibir algo es despertar el deseo”, ¿por qué no aprovecharlo como empuje hacia delante? ¿Dónde está esa capacidad de imaginar alternativas, la audacia de empezar a pensar el debate climático en términos de qué decidimos, no contra qué o quién? Son palabras de Blom, que explica la urgencia de mirar como sociedades a los cambios de otra manera, de imaginar el mundo que estamos eligiendo, no prohibiendo. Se trataría de girar el discurso de prohibir hacia uno que vaya de abrir posibilidades, que otorgue primacía al hacer.

Y me pregunto si este enfoque no vale para tantos otros temas donde la izquierda no es capaz de ofrecer esa facultad de crear ideales y no solo normas, de lanzar al presente posibilidades no realizadas, para trabajar juntos en hacerlas posibles. El triunfo, quizá momentáneo, de cosas como la cultura de la cancelación, la crítica al feminismo “puritano” o el éxito del tonto emblema ayusino sobre la libertad son, en parte, un resultado de la impotencia de la izquierda para expresarse en positivo y con esperanza. Nos enfrentamos a un tiempo de transformaciones radicales que afectarán a nuestros niveles de bienestar, al empleo, al dinero para el cuidado de nuestros semejantes, y a una potencial reacción social políticamente inmanejable. Necesitamos para ello imaginación, una pizca de ideales, deseo por acometer todo lo que se nos viene encima. Nos movemos hacia tiempos de crisis y la alternativa a la oscuridad del repliegue identitario es el cambio radical: consumir de otra forma, alejar la tentación autoritaria, persuadirnos de nuevo de la posibilidad de sociedades más activamente justas, más libres, mejores.

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