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De mar a mar
Columna
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Malvinas, una excusa para una coincidencia inesperada

El apoyo de cuatro expresidentes españoles a la causa por la soberanía de las islas es una forma de hablar de Gibraltar sin necesidad de hacerlo

Carlos Pagni
Una panorámica de Goose Green, la segunda ciudad de Malvinas
Una panorámica de Goose Green, la segunda ciudad de Malvinas, en 2019.JAVIER LIZÓN

La diplomacia argentina tiene, con el Gobierno de Alberto Fernández, innumerables deficiencias. Es natural. Es una política internacional sometida a una mortificante disociación. Debe expresar, por un lado, las pulsiones populistas de Cristina Kirchner y su feligresía, proclives a alinearse con China y Rusia y a tolerar tiranías tropicales, como las de Cuba, Venezuela y Nicaragua, siempre con la excusa de resistir al “imperialismo yanqui”. Por otro lado, tiene que convivir y, si es necesario, aproximarse, a Estados Unidos, a Japón y a Alemania, para alcanzar el principal objetivo externo de Fernández: acordar con el Fondo Monetario Internacional la renegociación de una deuda de 44.000 millones de dólares.

A pesar de las dificultades que impone esta ambivalencia, el presidente se acreditó una pasable victoria el martes pasado. La obtuvo, en buena medida, porque ese triunfo está referido a una de las pocas materias alrededor de las cuales los argentinos establecen un consenso: la soberanía sobre las islas Malvinas, cuya posesión fáctica ejerce el Reino Unido. Ese reclamo, que forma parte de la Constitución nacional, casi no inspira disidencias en el país.

El trofeo de Fernández fue haber conseguido un pronunciamiento de varios españoles ilustres para instar a la negociación con Londres. Entre esas figuras se encuentran los cuatro exjefes de Gobierno vivos de la democracia española: Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. La declaración, que es la piedra fundacional de un Grupo de Apoyo al Diálogo, cobija en sus pliegues varias claves de la política española y de las relaciones atlánticas. Por eso este episodio se vuelve interesante.

Además de los expresidentes, firmaron la declaración Miguel Ángel Cortés, que fue secretario de Estado para Iberoamérica con Aznar; José Manuel García-Margallo, canciller de Rajoy; Javier Solana, exsecretario general de la OTAN y Alto Representante para la Política Exterior de la Unión Europea; y Manuel Herrero y Rodríguez de Miñón, que es uno de los padres de la Constitución de España.

El embajador argentino en Madrid, Ricardo Alfonsín, hijo del célebre Raúl Alfonsín, el primer presidente de la democracia recuperada en 1983, fue el encargado de gestionar, con cordiales visitas personales, la manifestación de esas figuras. Una iniciativa que se produce en el marco del 40º aniversario de la guerra de Malvinas, que enfrentó a la Argentina con el Reino Unido.

El primer rasgo llamativo del pronunciamiento es que se haya producido. Es, acaso, la primera vez que González, Aznar, Zapatero y Rajoy coinciden en una posición sobre política internacional. A veces es difícil ver llegar a un acuerdo a líderes del mismo partido. En referencia a América Latina no hubo muchas oportunidades. No lo lograron con los acuerdos de paz entre el Estado colombiano y las FARC, tampoco en la caracterización de la tiranía venezolana. Quiere decir que la Argentina y su conflicto austral fueron la excusa para un ejercicio de consenso que resulta muy inusual no solo en España sino en casi todas las democracias occidentales.

La cuestión sobre Malvinas presenta varias peculiaridades que facilitan ese acuerdo. Una preliminar es que Alfonsín no pidió a sus interlocutores españoles que vayan más allá de la fórmula canónica que se viene adoptando en las Cumbres Iberoamericanas: instar a retomar las negociaciones, como viene recomendando la ONU. Dado el desinterés de Londres en hacerlo, el pedido significa un respaldo tácito a la estrategia argentina.

Otra circunstancia facilita esta señal emitida desde Madrid: sin Brexit no podría haberse realizado. Sería inimaginable que un grupo de líderes europeos mantenga una discreta inclinación a favor de la Argentina, si el Reino Unido siguiera siendo parte de la Unión Europea. Y esa inclinación se nota en un detalle: hablan de Malvinas, no de Falklands, que es el nombre con el que la potencia ocupante designa al archipiélago.

El favoritismo tiene un componente subliminal bastante obvio: es una forma de hablar de Gibraltar sin necesidad de hacerlo. Aun cuando para España la vibración de ese reclamo no sea tan intensa como lo es para los argentinos el de las Malvinas.

La fuerza de la reivindicación por la soberanía sobre esas islas es más que emocional y política. Está asociada a intereses materiales. El mar que las rodea atesora una gran riqueza pesquera, en especial de calamares. Además de un subsuelo con recursos petroleros. Para los gobiernos argentinos aproximarse a Malvinas es aproximarse a esa riqueza. También en este plano el Brexit cambió la dinámica comercial. Ahora que el Reino Unido no forma parte de la Unión, las empresas españolas, que son hiperactivas en la zona, deben pagar un arancel por lo que pescan.

El gesto español tiene proyecciones en planos no evidentes. Refuerza un vínculo atlántico con la Argentina, que hoy está muy presente en el respaldo del Gobierno de Pedro Sánchez a las negociaciones con el Fondo Monetario. ¿Ayudará en algo la designación de Nadia Calviño como alta funcionaria financiera de ese organismo? Sería exagerado. Pero en Buenos Aires se lo preguntan.

Hay otra dimensión en la que hay que leer la declaración. Los españoles respaldan a los argentinos. Es posible que, así, también los comprometan. En la cámara lenta de la larga duración, el control sobre Malvinas adquiere un significado que antes no tenía. Se lo otorga una novedad: la vocación de China por tener presencia en el Atlántico, sobre todo en el Atlántico sur, por donde circulan bienes cruciales para su economía nacional. Borges bromeaba diciendo que “la pelea entre los británicos y los argentinos por Malvinas es la pelea entre dos calvos por un peine”. Visto sobre el telón de fondo de la tensión entre los Estados Unidos y China, el conflicto por esas pequeñas islas podría ahora no ser tan irrelevante.

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