Sanitarios quemados
La ola de la ómicron está llevando a la atención primaria a un síndrome de desgaste que se añade al estrés del sistema
Cuando el estrés supera la capacidad de resiliencia, aparece el síndrome de desgaste profesional que no solo provoca daños en la salud física y mental de quien lo sufre, sino que deteriora su capacidad de respuesta y adaptación a las circunstancias cotidianas. Ya antes de que estallara la pandemia, el sistema sanitario español, y particularmente la atención primaria, estaban sometidos a un estrés considerable por un desfase crónico entre los recursos disponibles y una demanda asistencial creciente. En los casi dos años de pandemia, los centros sanitarios han afrontado sucesivas olas de contagios con la consiguiente sobrecarga y, aunque han recibido refuerzos, estos han estado siempre por debajo de las necesidades. Y cuando ya se veía la luz al final del túnel, ha llegado una sexta ola que ha multiplicado el estrés.
Con una incidencia de casi 3.000 casos por 100.000 habitantes, y más de 300.000 contagios en un solo día, los centros de salud tienen que atender una avalancha de diagnósticos que se suman a las patologías ordinarias. A todo ello hay que añadir un aumento de las bajas laborales por contagio entre los propios profesionales, lo que repercute en una sobrecarga añadida en quienes permanecen activos. No es de extrañar, por tanto, que hayan comenzado las deserciones profesionales en forma de bajas laborales por depresión, jubilaciones anticipadas o abandonos.
Muchos profesionales se sienten inseguros ejerciendo una medicina de mínimos, apresurada y caótica, que no les reporta ninguna satisfacción y los mantiene al borde del colapso. Agendas diarias saturadas, una gran carga burocrática y la falta de efectivos provocan un desgaste físico y un agotamiento emocional difícil de gestionar sin ayuda. Trabajar bajo semejante presión aumenta la probabilidad de cometer errores médicos, a lo que hay que añadir la gestión del descontento de los pacientes, que perciben que la atención se deteriora y trasladan su enojo a los profesionales de primera línea. Se dan, así, las condiciones idóneas para desencadenar en muchos profesionales el cuadro típico del síndrome del desgaste profesional: ansiedad, insomnio y depresión. Algunos estudios realizados el año pasado indicaban que hasta un 45% de los sanitarios presentaban alguno de esos tres síntomas.
Una parte fundamental de la respuesta frente a la pandemia consiste en cuidar a los cuidadores. Cuando la propia organización muestra los síntomas del estrés hay que tomar medidas más contundentes y eficaces de las adoptadas hasta la fecha. El sistema sanitario debería salir fortalecido, y no debilitado, de este envite. Algunas comunidades han echado mano de profesionales jubilados y estudiantes de los últimos cursos de medicina y enfermería para reforzar los equipos. Si, como ha advertido el secretario general de la OMS, la mitad de los europeos se contagiarán por ómicron en las próximas semanas, es previsible que la presión continúe. Por otra parte, no existen todavía estudios sobre qué porcentaje de pacientes infectados por esta variante desarrolla covid persistente, o síndrome poscovid, pero, aunque fuera menor que en las variantes anteriores, dada la enorme expansión de este virus hay que prever que puedan ser muchos casos, cuyo seguimiento recaerá de nuevo sobre la atención primaria. Es muy probable que los presupuestos sanitarios aprobados queden cortos para atender todas estas contingencias, visto el gasto de los años anteriores. No se puede mirar para otro lado. Gobierno y autonomías deben explicar su posición sobre la necesidad de un plan de choque nacional capaz de reforzar las estructuras profesionales de la sanidad pública.
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