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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Autoritarismo chino

La rápida pero inexorable anulación del autogobierno en Hong Kong se ha producido a espaldas de las instituciones y de la ley básica del enclave, pero también de la legalidad internacional sin que apenas haya suscitado protestas

Unos trabajadores retiran parte de la 'Columna de la Vergüenza', del artista danés Jens Galschiøt, el 23 de diciembre en Hong Kong.
Unos trabajadores retiran parte de la 'Columna de la Vergüenza', del artista danés Jens Galschiøt, el 23 de diciembre en Hong Kong.Anthony Kwan (Getty Images)
El País

La democracia y la libertad de prensa han dejado de existir en Hong Kong. Una nueva ley de seguridad dictada en mayo de 2020, unas elecciones legislativas aplazadas 15 meses con la excusa de la covid-19, una restrictiva reforma electoral en marzo de 2021 y una represión sistemática contra la oposición democrática han terminado con el pluralismo político, con su representación en el Consejo Legislativo y con todos y cada uno de los medios de comunicación independientes.

Todo se ha hecho siguiendo los principios centralistas y autoritarios del sistema de partido único que rige en la República Popular China, pero en contravención de la Declaración Conjunta de 1984 firmada por los gobiernos de Pekín y Londres, que preveía la devolución de la soberanía de la antigua colonia a China y a la vez la preservación de su sistema de mercado, las libertades públicas y la justicia independiente hasta 2049. La Declaración tiene rango de tratado internacional, de forma que la rápida pero inexorable anulación del autogobierno se ha producido a espaldas de las instituciones y de la ley básica de Hong Kong, pero también de la legalidad internacional, una cuestión que apenas ha suscitado una protesta del Gobierno de Boris Johnson, ocupado especialmente en el Brexit y en la pandemia.

Ciertamente, Hong Kong nunca fue una democracia bajo el Imperio Británico, pero sí fue y ha dejado de ser una economía plenamente abierta, con libertades públicas y seguridad jurídica. La Declaración Conjunta trazaba el camino hacia la democracia, reconocía el valor del sufragio universal y lo amparaba en el principio, ahora desdeñado, de “un país, dos sistemas”. La aspiración democrática era ampliar el número de escaños de elección directa, mientras que el régimen ha impuesto una reducción hasta poco más de un 20% y a la vez una descalificación de los candidatos que no se consideran afines al régimen. El resultado es que en la asamblea salida de las elecciones de diciembre solo un diputado sobre 90 no responde a la disciplina de Pekín. El estatuto de Hong Kong permitía aspirar a una ampliación de la democracia, mientras que el impuesto ahora la anula.

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Hong Kong tiene una sociedad civil moderna, que se expresaba en el pluralismo de sus medios de comunicación independientes y en sus expresiones culturales libres, ahora todos clausurados y reducidos a cero. Símbolo de la pérdida de las libertades ha sido la retirada, con nocturnidad y aprovechando las vacaciones de Navidad, del monumento a las víctimas de la matanza de Tiananmén de 1989, un tabú obsesivo para el régimen, que quiere borrarlo de la memoria colectiva. La escultura monumental retirada, obra del artista danés Jens Galschiøt y emplazada en la universidad, era conocida como la Columna de la Vergüenza y su ausencia señala el carácter vergonzoso de la actuación autoritaria de Pekín.

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