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tribuna
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Este libro habría que quemarlo

Escribir no tiene que suscitar un nudo en la garganta o romperte el cráneo como con un hacha. No es lo mío. No sé por qué siempre se entienden las emociones, las conmociones, como sentimientos tristes

Dibujo de Franz Kafka.
Dibujo de Franz Kafka.Ardon Bar-Hama

EN EL CEMENTERIO DE LA CARRIONA, en Avilés, señalo un cartel de Prohibido Fumar. “Acabarán metiéndome un letrerito de esos dentro del ataúd”, le digo a María.

“ES QUE LA DERECHA SE CREE QUE ESPAÑA ES SUYA”. No es que se lo crea, es que lo es. Falta una estadística que sume y compare la riqueza poseída por los votantes de los partidos de derecha y la poseída por los votantes de izquierda.

EN 1904 KAFKA ESCRIBE UNA CARTA A OSCAR POLLAK: “Lo que necesitamos son libros que hagan en nosotros el efecto de una desgracia (...), un libro debe ser el hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro”.

Qué manía.

Un libro te tiene que emocionar, que conmover, dicen. Pero no sé por qué siempre se entienden las emociones, las conmociones, como sentimientos tristes. ¿Es también emocionar producir confort, provocar una sonrisa, hacer reír? Quiero suponer que sí. Porque aquello de que un libro tenga que suscitar un nudo en la garganta (Foster Wallace) o romperte el cráneo como con un hacha no es lo mío. “Me conmovió hasta las lágrimas”. “Un libro perturbador, un libro del que no se sale indemne” son elogios habituales y parece que definitivos. A mí me suenan a amenaza y lo mejor que me ha pasado con mis Diarios fue lo que aquella chica, en el hospital, le dijo a su hermano: “Tráeme el libro de Iñaki, que me sube la moral”. En el otro extremo está la conmoción furiosa que mis libros han producido, que yo sepa, en al menos dos lectores. “Este libro habría que quemarlo”, dijo por lo visto un pariente mío. Y hubo alguien, un diarista ya muerto, que dejó escrito cómo, al empezar el tercer volumen, se le cayó literalmente de las manos y se puso a darle patadas por el suelo de la habitación. Con ese sí estuve conmovedor. No sé qué haría luego el hombre con mi pobre libro. Los suyos, sin el menor desperfecto, fueron directos a la basura.

AUTOAYUDA. La que recomendaba siempre Nietzsche, por ejemplo en Ecce homo: “La fórmula para expresar la grandeza de un ser humano es amor fati: que uno quiera que nada sea diferente, ni hacia adelante ni hacia atrás, ni en toda la eternidad. Que uno no se limite a soportar lo que sea necesario, y aún menos a disimularlo, sino a amarlo”.

¡Qué buen truco!

EL PROGRESO. Para quienes viven dentro de un mito, según John Gray, lo mitificado parece un hecho evidente. Y el progreso humano es un hecho de esta clase, un gran mito actual. Si lo aceptas, ocupas un lugar en la gran marcha de la Humanidad. La Humanidad, por supuesto —dice Gray— no está marchando a ninguna parte. La Humanidad es una ficción compuesta por miles de millones de individuos para cada uno de los cuales la vida es singular y definitiva.

Ferlosio escribió en uno de sus pecios: “(Como el Tour) ¿De quién es esa vida que necesitan decir que ‘continúa’ o hasta que ‘debe continuar’ cada vez que alguien se ha muerto?”. Y terminó así uno de sus artículos: “A la Humanidad, como especie, que la den por saco”.

Y Machado, menos drástico: “Por muchas vueltas que le doy —decía Mairena— no hallo manera de sumar individuos.”

SI TAN MARAVILLOSA TE PARECE y te ofrecieran repetirla momento a momento ¿saltarías de alegría como un niño a quien se le deja dar una vuelta más en el tiovivo?

HAY COSAS QUE NO ESTÁN Y ESTÁN A LA VEZ. No hablo de física cuántica. Es algo que sucede en diversos lugares. Su arquetipo son los bolsos de las mujeres.

MALÍSIMAS NOTICIAS DE LA SALUD DE M. Termino mi preocupado correo de respuesta con un “A seguir rezando”, que es lo que me sale primero y no voy a borrar. No rezo, pero a veces tengo sentimientos que no sé expresar más que con las palabras de la antigua religión. O con algunos de sus gestos. Recuerdo haberme santiguado sin pretenderlo tres veces en los últimos años. Al abandonar Saqqara después de contemplar mi primera pirámide, la primera pirámide de Egipto. En una sala de El Prado al pasar por delante de una puerta desde la que, a la derecha, se veía, a unos 30 metros, Las meninas, como cualquier feligrés distraído con otras cosas que se santigua automáticamente al pasar ante el altar mayor. Y una tarde, todavía vivía ama, en Toni Etxea, cuando un taxista llamó a las ocho, al terminar su trabajo y limpiar el coche, para decirme que había encontrado la cartera extraviada por mí a las cuatro.

SIEMPRE, o casi siempre, que alguien se confunde con mi nombre, me llama Javi. ¿Será el mismo Javi?

CONOZCO A VARIOS LECTORES a los que les gusta mi libro más que a mí. ¿Les gustan sus libros a los escritores?

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