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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crueldad innecesaria

Las concertinas que quiere instalar el puerto de Santander reinciden en una medida inaceptable, además de ineficiente

Cola de camiones a la entrada del puerto de Santander, con concertinas pegadas a la valla.
Cola de camiones a la entrada del puerto de Santander, con concertinas pegadas a la valla.PACO PAREDES
El País

El puerto de Santander pretende gastar 200.000 euros en colocar concertinas (vallas metálicas coronadas con cuchillas) para evitar que se cuelen en la zona de abordaje de los ferris migrantes irregulares que tratan de llegar escondidos al Reino Unido. La decisión responde a la inquietud de las navieras que operan en el puerto, que se quejan de daños en la carga y de las multas que deben pagar en destino cuando se descubren polizones en sus barcos. La instalación de concertinas comenzó en agosto y se va a completar este mes con el silencio institucional del Gobierno de Cantabria (coalición de Partido Regionalista y PSOE). La posición de España respecto a las concertinas la dejó muy clara el anterior Defensor del Pueblo cuando exigió que se retiraran de las vallas de Ceuta y Melilla por ser de “una crueldad extraordinaria”. En esas ciudades se retiraron el verano pasado. Ese debate debería estar ya cerrado.

El endurecimiento de la seguridad en Francia ha ido trasladando las rutas de los migrantes hacia el Cantábrico. Esta ruta la utilizan sobre todo jóvenes albaneses. En 2018, el puerto de Bilbao instaló un muro de hormigón de cuatro metros para frenar esta ruta, desde entonces desviada a Santander. Allí se han concentrado varios cientos de albaneses que malviven durante meses esperando la oportunidad de abordar un camión para entrar en un ferri hacia el Reino Unido.

El puerto de Santander es una infraestructura crítica que supone más del 10% del PIB y alrededor del 9% del empleo de Cantabria. Es imprescindible que mantenga un alto estándar de seguridad en sus operaciones y mantenga su atractivo comercial para las navieras. Por eso España hace un importante esfuerzo de seguridad que incluye cámaras de infrarrojos, drones, sensores de CO₂ y de latidos, barreras físicas y un gran despliegue de Guardia Civil, Policía y seguridad privada. Santander ha invertido tres millones de euros en seguridad recientemente. Y funciona. En el último año, han sido interceptados 2.000 intentos de abordaje, unos 10 al día. El porcentaje de éxito de los migrantes es mínimo y no es creíble que la autoridad portuaria y las navieras ignoren que la instalación de cuchillas no va a añadir nada significativo a ese esfuerzo, como no sea daño reputacional.

El único razonamiento que hay tras las concertinas es la disuasión por terror a las heridas. Pero no existe disuasión posible para personas que ya están en Santander y cuya única posibilidad de tener una vida digna pasa por llegar allí donde tienen lazos para instalarse. La crueldad de las concertinas es inhumana, ineficaz e innecesaria. El maltrato al migrante nos avergüenza como sociedad y solo tiene un efecto sobre la migración: trasladarla a otro lado. En este caso, no muy lejos. Las navieras saben que las cuchillas no impedirán que lleven polizones. Solo harán que los lleven heridos y ensangrentados.

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