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Columna
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La culpa fue de la misa, Casado

No habrá cosas que hacer un sábado noche antes que rezar por las almas de nadie; en Granada, además, donde las almas no las salva Dios sino Enrique Morente

El líder del Partido Popular, Pablo Casado, en el Congreso del PP Andalucía, este domingo en Granada.
El líder del Partido Popular, Pablo Casado, en el Congreso del PP Andalucía, este domingo en Granada.Fermín Rodríguez
Manuel Jabois

Una noche de sábado en Granada, 20 años después de que allí Los Planetas escribiesen “no será peor que lo que era / no será peor, seguro que es mejor”, Pablo Casado entró en una misa sin saber que estaba dedicada a la memoria de Franco. Había una bandera preconstitucional en el primer banco, cosa que pudo no ver Casado al estar en las últimas filas, y una corona de la Fundación del dictador presidiendo el altar, si bien a distancia era imposible leer lo que ponía y sólo se veía una bandera española; es decir, esa misa era la representación exacta del votante más ingenuo de Vox, y por tanto la presencia de Casado engañado en la iglesia era, también, la presencia del PP con Vox en las instituciones. Con el percal delante de las narices y sin enterarse de nada, o fingiendo no enterarse, y olvidando el primer mandamiento del creyente: más importante que rezar es enterarte de por quién se reza.

La historia recuerda, prácticamente en todo, a cuando Ronaldo Nazario contrató a tres prostitutas sin saber que eran travestis y montó un pollo que apareció allí la policía; la diferencia es que Ronaldo montó el pollo y a Casado se lo colocaron en la bandera. Con una justificación de tal torpeza que le faltó decir que en la iglesia nadie sabía de qué iba la misa, ni siquiera si era misa, y que al estar las ofrendas dedicadas al nombre de pila, cuando escuchó “Francisco” pensó, como siempre, en Francisco Alarcón Isco, que además jugaba al día siguiente en Granada (“era de cajón”).

Casado no supo salir del paso, como es normal. Le pasó lo mismo a Jean Claude Romand, que un día dijo que había aprobado una asignatura de Medicina que había suspendido, y terminó fingiendo ser médico de la Organización Mundial de la Salud durante dos décadas. Nada impide pensar ya que Pablo Casado, cuando era joven, entró en la sede del PP sabe Dios creyendo qué era y allí la gente le afilió para que iniciase una carrera meteórica en la derecha española que, despiste a despiste, lo ha llevado a la cima como James Cagney en medio de un depósito de gas en llamas en Al rojo vivo: “Lo hice, mamá; estoy en la cima del mundo”.

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La misa de sábado se utiliza históricamente para salir confesado de marcha y no tener que madrugar el domingo (Dios es un empresario que concilia, por eso dura tanto y cobra de sus empleados). La equivocación podía ser menos dañina; podía haber entrado Casado en la misa de medianoche de esa serie de Netflix en la que en lugar de al dictador se honra directamente a Satán. Cualquier cosa antes que asistir a una misa por Franco por parte de quien lleva años quejándose de la matraca de Franco, “Franco por aquí y Franco por allá”, y resulta que cualquier día si se descuida se estampa contra la lápida.

No habrá cosas que hacer un sábado noche antes que rezar por las almas de nadie; en Granada, además, donde las almas no las salva Dios sino Enrique Morente. En Granada, sí, donde a partir de las seis de la tarde no acierta nadie a entrar en el sitio que quiere, pero casi siempre llega a un local con un grupo estupendo, fue Casado a parar a una misa indie por Franco. El problema es más grave de lo que parece.

Las cosas ahora en el PP se quedan así: un “error” les acerca a Vox y les separa del resto de partidos, y la justificación del error les separa de Vox y les convierte en objeto de mofa del resto. Lecciones hay pocas, pero una la ha comprobado Casado hasta sin querer: en España quienes dan la peor matraca con Franco son los franquistas. Que llevan 46 años rezando por la salvación de su alma, y los que le quedan.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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