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COLUMNA
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Escupiendo niños muertos

El Brasil de Bolsonaro lleva a la COP26 el genocidio indígena producido en nombre del oro de la Amazonia

Niños succionados Brasil
Operativo de búsqueda de los niños arrastrados por la corriente en el río Parima.
Eliane Brum

¿Cómo definir un país que busca oro y escupe cuerpos de niños? ¿Cómo definir un planeta que busca oro y escupe cuerpos de niños? Eso es lo que ocurrió, según los líderes del pueblo yanomami, en la Amazonia brasileña. Los dos pequeños indígenas, de cuatro y siete años, estaban jugando en el río cuando una draga para extraer oro de forma ilegal los succionó. Y después, como carne sin valor, los escupió a la corriente. Jair Bolsonaro es como la draga de la explotación minera ilegal, una máquina humanamente monstruosa que, en busca del oro amazónico, escupe niños muertos: los hijos de aquellos que, en sus palabras, son solo “casi humanos”.

El Brasil de Bolsonaro llega a las puertas de la Cumbre del Clima de Glasgow escupiendo niños indígenas. Es un país que sobrepasa las metáforas, cuya literalidad a menudo es letal. Para los yanomamis, un pueblo que ha sufrido varios exterminios desde el siglo XX, al excavar la tierra los mineros ilegales provocan la xawara —el humo del metal— que creó el coronavirus y otras enfermedades. Los blancos, que en su lengua y en la de varios pueblos originarios son sinónimo de enemigos, están derribando el cielo. La caída del cielo es la imagen del colapso climático, la corrosión del planeta, el tema de esta y todas las cumbres del clima.

Hay 20.000 mineros ilegales derribando el cielo en tierra yanomami. Bolsonaro intenta aprobar un proyecto de ley en el Congreso que permita la extracción minera en tierras indígenas. Estimulados por el presidente y el precio del oro en el mercado internacional, los mineros utilizan la fuerza en la disputa por los territorios. Hay indicios de que una de las mayores facciones criminales de Brasil controla la explotación en la tierra yanomami, lo que ha multiplicado la violencia y ha introducido armamento de guerra en la selva. En mayo, mientras huían de un tiroteo, otros dos niños se ahogaron.

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Bolsonaro ha utilizado el coronavirus como un arma biológica inesperada para minar la resistencia al avance predatorio en la selva. El primer yanomami que murió fue un adolescente de 15 años. Después, unas madres lloraron la muerte de sus bebés, cuyos cuerpos les fueron arrancados sin explicación. Y así sucesivamente. La secuencia de crímenes la relata en un artículo la antropóloga Sílvia Guimarães, que lleva 20 años trabajando con los sanomas, un grupo yanomami. Los mineros son vectores de la covid-19, la malaria, la tuberculosis y otras enfermedades. El agua está contaminada por mercurio y otros agentes. Los adultos enferman y quienes tenían soberanía alimentaria pasan a tener inseguridad alimentaria. Faltan sanitarios e incluso medicamentos básicos. Una médica cuenta que hoy los niños solo reciben medicamentos cuando literalmente están vomitando gusanos. Bolsonaro y una parte de los dueños del planeta no han entendido que el oro en un planeta en colapso climático son las selvas y sus pueblos. Para quienes van a negociar vidas en la COP26, un mensaje del poeta Aimé Césaire (1913-2008): la cosificación de los otros nos convierte a todos en cadáveres.

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