La pandemia secreta
Ante la sintomatología impredecible de la covid persistente solo cabe reforzar su tratamiento en unidades específicas
Ahora que la pandemia remite y la vida social recobra la normalidad, comienzan a aflorar algunas de las facturas a largo plazo. Entre ellas se encuentra una especialmente insidiosa: la covid persistente o síndrome poscovid, una enfermedad reconocida por la OMS que provoca sufrimiento y angustia en los afectados y una gran frustración en los sanitarios por la falta de herramientas terapéuticas para abordarla. Este síndrome representa un gran desafío para los sistemas sanitarios por la variedad de sus manifestaciones, la falta de conocimientos científicos sobre las causas y los efectos a largo plazo y la dificultad de organizar una adecuada asistencia médica.
El primer reto es delimitar su alcance. En la covid persistente no se incluyen secuelas como la fibrosis pulmonar, la miocarditis, las afectaciones neuronales y otros daños orgánicos causados por el virus en muchos pacientes que han sufrido una infección grave y han precisado cuidados intensivos. Estas secuelas suelen remitir con el tiempo. El síndrome poscovid, en cambio, persiste durante largo tiempo y puede aparecer en pacientes que ni siquiera han precisado hospitalización. Aunque los síntomas más comunes son fatiga, disnea, pérdida de memoria o falta de concentración, sus manifestaciones son muy variadas y además cambiantes, por lo que resulta difícil establecer protocolos de diagnóstico que permitan diferenciarlo. Ni siquiera se sabe cuántos son los afectados. Se estima que entre el 10% y el 20% de quienes han contraído la covid padecen secuelas que se prolongan más allá de dos meses y, según la Asociación Española de Especialistas en Medicina del Trabajo, de los 1,2 millones de bajas laborales provocadas por la covid que se habían producido hasta marzo pasado, más de 100.000 se extendieron más allá de las 12 semanas.
Por su fuerte impacto social, este problema merece figurar entre las prioridades del sistema sanitario. En primer lugar, para determinar la causa y discernir si se trata de una respuesta inflamatoria tardía, si es consecuencia de una alteración del sistema inmune o si existe un reservorio del virus que le permite seguir activo en el organismo. Hasta que no se conozcan los mecanismos desencadenantes, las opciones terapéuticas seguirán limitadas, como ahora, a tratar los síntomas con desigual fortuna. Mientras tanto es preciso reforzar la atención primaria y habilitar circuitos diagnósticos y de seguimiento que eviten el lamentable peregrinaje de los pacientes por las consultas de diferentes especialistas sin hallar respuesta satisfactoria. Algunos hospitales han creado unidades funcionales de covid persistente, un modelo que debería generalizarse por el elevado número de casos que ya hay y porque, mientras no se erradique el virus, seguirán aumentando.
Hay otro aspecto importante al que prestar atención: más del 70% de los afectados son mujeres. Este hecho no tiene una explicación clínica, pero entraña el riesgo latente de que a las carencias del abordaje del síndrome se sume un sesgo de género. Las mujeres han tenido que soportar que sus patologías diferenciales sean ignoradas o mal diagnosticadas porque los estudios científicos se han hecho casi siempre con patrones masculinos. Algunas de las manifestaciones de la covid persistente pueden ser fácilmente etiquetadas como somatizaciones nerviosas, como si fueran una invención de la mente, con el consiguiente error diagnóstico y maltrato institucional. También en este caso sería preferible prevenir un sesgo que sigue reapareciendo con excesiva frecuencia.
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