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Columna
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El último ‘wasap’ de la historia

Cuánta gente dijo la última frase creyendo que era la penúltima del mismo modo que nunca vemos a la gente que queremos por última vez, sino por penúltima

Kiko Rivera, en Sevilla, el pasado enero.
Kiko Rivera, en Sevilla, el pasado enero.GTRES
Manuel Jabois

El lunes por la tarde di con este párrafo impresionante en mis horas de lectura de prensa ligera: “Ha habido un choque de posturas en el que Kiko Rivera ha tomado partido. Lo ha hecho enviando un mensaje de wasap ―justo antes de la caída mundial de la aplicación― al teléfono móvil de Jorge Javier”.

La idea de que un wasap de Kiko Rivera pudiese ser el último antes de la caída mundial de WhatsApp empezó a obsesionarme. Es evidente que ese día hubo un wasap tras el que no hubo más; es obvio que, en la fotofinish de los millones que habrán llegado al mismo tiempo al final, uno de ellos fue el último, quizá por millonésimas de segundo. Me gusta pensar que Jorge Javier fue el último ser humano en saber lo que era recibir un wasap durante horas. Cerrando el círculo que abrió Camilo José Cela cuando a un periodista que le entrevistaba le sonó el teléfono en el bolsillo, Cela pegó un brinco y dijo: “Qué es eso que le está pitando, ¿los cojones?”.

Diría más: han hecho tanta historia Kiko y Jorge Javier como cuando durante el confinamiento estalló el Merlosgate y Amor Romeira, ni corta ni perezosa, salió de casa en plena prohibición y cogió un coche camino a Mediaset para enseñar unos wasaps de Marta López (inolvidable el meme en el que la para la policía, ella explica que va a enseñar los wasaps de una amiga a Sálvame y los agentes le hacen el pasillo: “¡Corra, corra!”).

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Yo no tuve ninguna duda de que el último wasap lo envió Kiko Rivera. En general no suelo tener ninguna duda de que Paquirrín es el último en utilizar las últimas cosas. El lunes tiró un wasap sobre la bocina con una chorrada sideral al plató de Sálvame y cuando llegó al móvil de Jorge Javier ya nadie podía mandar un wasap más: la humanidad había gastado la última bala. O quizá había salvado los muebles en el descuento.

Yo leí el wasap para saber de qué se trataba, por el tema de la posteridad, y me quedé tranquilo: “Creo que tanto Gema López como Laura Fa están hablando desde el punto de vista de la amistad que les une con mi prima. Lo entiendo y lo acepto”. Hay gente en Mountain View (California) ajena a la boda de Anabel Pantoja a la que ya le han comunicado que descifrar ese wasap será su trabajo el resto de su vida, y los primeros extraterrestres que lleguen aquí pasarán siglos tratando de saber quiénes eran “Gema López” y “Laura Fa”, los dos nombres en clave que tumbaron siglos antes el sistema de comunicación más potente de la Tierra.

Pensé, entonces, en lo aleatorio y vulgar de las últimas veces, precisamente porque no sabemos que lo son. Cuánta gente dijo la última frase creyendo que era la penúltima (“voy un momento al baño a leer”, dijo Elvis Presley: una existencia legendaria clausurada con la intención de ir a cagar con sabe dios qué libro), del mismo modo que vemos a la gente que queremos nunca por última vez sino por penúltima, porque queda una puerta abierta o porque esa puerta se quedó cerrada para siempre. A saber qué frases con ínfulas, Kiko y nosotros, hubiéramos escrito si nos dijesen que era el último wasap que se enviaría antes de que la aplicación cayese. Mejor así. Hay que respetar la opinión de las amigas de tu prima sobre una boda como último y estúpido legado en la Tierra. Es inmejorable, puro siglo XXI.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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