Semen sólido
Los vagones del metro van cargados de ángeles caídos, no caídos por su soberbia, sino porque han sido creados por un dios minusválido.
Los vagones del metro van cargados de ángeles caídos, no caídos por su soberbia, sino porque han sido creados por un dios minusválido. Yo soy uno de ellos, soy uno de esos ángeles discapacitados para el capitalismo que viajan a la profundidad de los cimientos de los edificios más altos de la urbe. He bajado tres tramos de escaleras mecánicas y otros dos de escaleras fijas para alcanzar el nivel de los sótanos de los grandes centros comerciales y he continuado descendiendo aún hasta el de los aparcamientos de las gigantescas torres de oficinas y aún no había dejado de caer hacia el retículo de estrechas galerías que se abren debajo de la ciudad. Y allí, en lo más hondo, he sentido todo el hormigón del mundo sobre mis hombros y sobre los del resto de los ángeles caídos que nos cruzábamos en los angostos túneles.
Creo que hasta los cementerios estaban más arriba que el andén en el que disciplinadamente aguardaba la llegada del metro observando con amor los rostros de los ángeles caídos del andén de enfrente. De súbito, se manifestó el convoy como una alimaña que abandonaba su agujero y las puertas se abrieron con el sonido de un neumático que se desinfla y penetré en un vagón en el que había otro ángel caído tocando el violín para los ángeles caídos. Dudé si echarle en la gorra un euro o medio, pero el cálculo me pareció mezquino y le eché, para compensar, el euro y medio.
No todos los ángeles caídos ayudaron al pobre violinista, pues la mayoría iba absorta en sus móviles, como esperando una llamada de allá arriba. ¿Pero desde cuándo los de allá arriba llaman a los de aquí abajo como no sea para que les limpien el culo o la escalera? Todos los ángeles caídos procedíamos de la misma materia ardiente y líquida, el semen, que se solidifica al despeñarse por los acantilados del óvulo. Yo me bajé en Gran Vía.
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