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Columna
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La puñalada por la espalda

Sin consultar a los socios se fue Washington de Kabul y ahora arma una nueva alianza que excluye a Francia y a la UE

Lluís Bassets
El presidente de EE UU, Joe Biden, bajando del Air Force One, el pasado viernes.
El presidente de EE UU, Joe Biden, bajando del Air Force One, el pasado viernes.Patrick Semansky (AP)

Si Joe Biden quería cerrar filas frente a China, la alianza que acaba de firmar con Australia y Reino Unido y sin Francia es un paso dudoso que recordará a los europeos la miseria de su dependencia estratégica bajo el paraguas estadounidense y la necesidad de buscar incluso un equilibrio entre Washington y Pekín en la nueva guerra fría que se avecina. Después de salir de Afganistán sin consultar a los socios atlánticos, la Unión Europea acaba de recibir un nuevo y humillante golpe que lesiona directamente su vocación como actor geopolítico global.

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El mayor bofetón es para Francia, por sus sustanciales repercusiones económicas, con la suspensión del contrato de compra y mantenimiento de submarinos convencionales y su sustitución por submarinos nucleares de fabricación estadounidense. Desde París se ha visto como una puñalada por la espalda, una dura expresión de siniestras resonancias en la Alemania de la ascensión del nazismo. Es un desprecio a la presencia francesa en el área Indo-Pacífico, que resucita para colmo la vieja alianza de los países de habla inglesa, tan apreciada por el conservadurismo británico como denostada por la tradición gaullista.

El segundo bofetón es para la Unión Europea, con forma de victoria para Boris Johnson y su idea de un Reino Unido global asociada al Brexit. A la hora de fraguar alianzas frente a China, Washington prefiere al Londres secesionista por encima de Francia, de la OTAN y, por supuesto, de una UE sin la capacidad militar que corresponde a su proclamada vocación geopolítica. Si en Kabul hubo precipitación y desconsideración, ahora ha habido sigilo y alevosía. La siembra de desconfianza no puede ser mayor, hacia París y Bruselas, pero también hacia Berlín. ¿Quién podría reprochar a los alemanes la conexión gasística directa con Rusia?

La puñalada coincide irónicamente con la presentación de la estrategia de Bruselas sobre la zona Indo-Pacífico, fundamentada en las aspiraciones europeas de un protagonismo global que los hechos niegan obstinadamente. El enconado tablero asiático está ya dispuesto, pero no hay cartas para la Unión Europea, ni para las grandes potencias continentales del pasado que fueron Alemania y Francia, algo difícil de soportar para esta última, todavía con unas pretensiones como potencia nuclear con alcance global que explican su airada reacción diplomática.

Apenas queda tiempo para aprender la lección y tomar resoluciones. Ya no es una amenaza, sino una realidad esa Unión Europea irrelevante y sin papel alguno como actor del nuevo equilibrio internacional.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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