_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Radical

Es una palabra muy desprestigiada, vinculada a pasiones oscuras y violentas, pero no siempre fue as

Almudena Grandes
Mujeres Afganistan
Una mujer con burka, en un campo de refugiados en Kabul, Afganistán, el pasado 15 de agosto.HEDAYATULLAH AMID (EFE)

Es una palabra muy desprestigiada, vinculada a pasiones oscuras y violentas, pero no siempre fue así. En el otro extremo del termómetro de la corrección política aparece ahora tolerancia, de la que se podría decir lo mismo. Lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá en Afganistán, es un buen pretexto para reflexionar sobre radicalismo y tolerancia. ¿Salvar a las mujeres y a las niñas afganas? Por supuesto, pero ¿sólo a las de hoy? Durante los años de la intervención estadounidense nadie pensó mucho en ellas. Ahora que Occidente ha asumido la victoria de los talibanes, aún se pensará menos en las del futuro. Y cuando nos asalten noticias terribles, que nos asaltarán, siempre quedará el consuelo de la civilizada tolerancia con culturas distintas a la nuestra. Una mujer debe tener su primera menstruación en casa de su marido, dice un proverbio afgano. Pues bien, frente a eso, que no se puede tolerar de ninguna manera, reivindico mi radicalismo, una posición condenada al fracaso, lo sé, mientras la monarquía saudí y los Emiratos Árabes, los derechos de cuyas mujeres ni siquiera se comentan, sigan siendo los grandes aliados occidentales en la región. Pero entre las imágenes de la evacuación de Kabul que más me han impactado, recuerdo unas rodadas aquí mismo, en España, en el piso donde un intérprete de las fuerzas armadas había sido alojado con su familia. Él hablaba a la cámara. Sus hijos, todos varones ―¡hombre afortunado!―, se movían a su alrededor, pero al fondo, de espaldas, una figura femenina completamente cubierta, con velo y manga larga en pleno agosto, parecía formar parte de la decoración. Inmóvil, ajena, ausente, esa mujer sin rostro, sin edad, sin voz propia, me pareció la imagen más desalentadora de un fracaso.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_