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COLUMNA
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El desconcierto en la oposición

O el Partido Popular se reinventa o lo va a tener difícil, no ya solo para ganar, sino, en su caso, para gobernar sin sobresaltos

Fernando Vallespín
Pablo Casado PP
Pablo Casado durante una visita a las zonas afectadas por los incendios forestales en Ávila el 24 de agosto.Europa Press
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Dirigentes del PP piden a Casado que modere su tono y su estrategia

El inicio de este curso político presenta una gran novedad: el final del “efecto Ayuso” y la absorción del voto de Ciudadanos y la correlativa recuperación de la iniciativa política por parte del Gobierno de Sánchez. El principal activo de este reside en el impulso ganado con la mejora de los efectos de la pandemia, la recuperación económica y, sobre todo, el recién adquirido perfil más internacional del presidente del Gobierno, además del desarrollo de medidas de corte social —pensiones, salario mínimo, quizá vivienda—. Lo más relevante de este giro es que ha cogido a la oposición fuera de juego. Si no, es difícil entender por qué tratan de emborronar la cuestión afgana, que sin duda ha encontrado una enorme simpatía en nuestra opinión pública, incorporando críticas de mal tono donde no corresponde. O sea, que va a porfiar en la misma estrategia a pesar del cambio habido en la situación circunstancial. Con esto ignora una de las principales máximas de la acción política, su imperiosa necesidad de ajustarse a las contingencias de cada momento; seguir con piñón fijo cuando cambian las oscilaciones del terreno solo puede conducir a un esfuerzo inútil.

Lo que no se comprende es que no lo tuvieran previsto. Estaba claro que con el bonus de los fondos europeos y el control de la pandemia a través de la vacunación masiva el Gobierno iba a “revivir” en esta segunda parte de la legislatura. Y el cambio es lo bastante relevante como para obligar a otra forma de ejercer la oposición. Lo que nos encontramos, por el contrario, es que es incapaz de salir de sus inercias, en particular ese tono despectivo mediante el que oculta su falta de ideas. Alguna vez ya mencionamos a qué obedece: a una previa definición del presidente como “el mal” a partir de la cual todo lo que emane de su dirección está ya contaminado por el estigma. No se evalúan sus acciones específicas, sino el quién las adopta. El sentido de la oposición no es, empero, el decretar quién es el bueno o el malo; consiste en ofrecer alternativas o, al menos, críticas constructivas; más aún en estos tiempos tan descorazonadores.

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Creo que la causa de esto reside en que no han sabido hacer una lectura correcta de la mayor transformación política habida en España en las últimas décadas, el empoderamiento de las autonomías. A efectos de lo que ahora nos interesa, esto significa que es posible ejercer una oposición diferenciada y plural dentro del mismo partido. Por un lado está el “modelo Ayuso” y, por otro, el “modelo Vivas” de Ceuta o el de Feijóo en Galicia. Uno de confrontación directa y permanente, otro más cooperativo. Génova optó por el primero para su estrategia de oposición general, pero no puede evitar que salga a la luz el contraste. Y el caso de Ceuta constituye, a nivel micro, lo que echamos en falta en el macro, el abordaje conjunto de problemas y la búsqueda de solución a los problemas por encima de las discrepancias. En otras palabras, saber cuándo hay que cooperar y cuándo disentir. ¿O prefiere la oposición que no se resuelvan los problemas con tal de proporcionar un revés al Gobierno?

El PP se encuentra ahora con que aquello que más rentabilidad le había proporcionado, el modelo Ayuso y la práctica absorción de Ciudadanos, pueden ser un regalo envenenado. Le aleja del centro y le obliga a caer en brazos de Vox, cuya fuerza de gravedad puede acabar desnaturalizándolo del todo. O se reinventa o lo va a tener difícil, no ya solo para ganar, sino, en su caso, para gobernar sin sobresaltos. Ojo al parche: a medida que aumenta la influencia de la dimensión exterior habrá también una menor tolerancia europea hacia veleidades populistas. Una encrucijada, sí.

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Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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