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Columna
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Mujeres afganas, responsabilidad compartida

El régimen talibán necesita lograr legitimidad internacional y ayuda económica. Es por tanto imprescindible condicionar cualquier apoyo al respeto de los derechos de la población afgana en general, y de las mujeres en concreto

Eva Borreguero
Mujeres Afganistan
Un talibán pasa por delante de un salón de belleza con las imágenes de mujeres pintadas con aerosol, en Kabul, el pasado 18 de agosto.WAKIL KOHSAR (AFP)

La necesidad de obtener reconocimiento internacional ha llevado a los dirigentes talibanes a lanzar una diplomacia pública tranquilizadora, con mensajes masaje sobre el respeto a las mujeres, y unas milicias urbanas de estética hipster destinadas a imponer una versión atemperada del grupo. Un remake para el siglo XXI: talibanes 2.0. Por desgracia los hechos nos devuelven a las conductas brutales de antaño, desde las torturas y asesinatos de oponentes, al conocido maltrato de las mujeres, sujetas a una esclavitud, en el límite sexual con los matrimonios forzados practicados por los combatientes. Los claros indicios de un regreso a la barbarie han movilizado a la comunidad internacional con iniciativas como el manifiesto “Abrid las puestas a Afganistán y las mujeres afganas”. Ahora bien, cualquier intento externo de presionar eficazmente a Kabul sobre cuestiones relacionadas con los derechos y libertades requiere la participación de la propia umma, la comunidad de creyentes musulmanes, pues la ejercida por no creyentes únicamente puede incidir desde el plano económico.

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El mundo islámico, en ausencia de una institución centralizadora como la Iglesia en el catolicismo, cuenta en cambio con focos de autoridad susceptibles de ejercer una gran influencia sobre la comunidad musulmana. Ahí está, el gran doctrinario Al Qaradawi, presidente mundial de los ulemas y propagandista desde Al Jazeera: cordial con los talibanes. También la universidad de Al-Azahar en el Cairo, ámbito de un debate amplio, y el seminario Deoband en India, ultraconservador y predominante en Asia meridional. Cuentan países como Qatar, mediador en las conversaciones de paz; Arabia Saudí, asesores cautelosos de los talibanes; y en sentido opuesto, los viejos enemigos chiíes de Irán, hoy reconciliados. Más, por supuesto, el vecino Pakistán, cuna y sostén del movimiento talibán y tal vez, aprendiz de brujo. Salvando las diferencias que los separan, las mujeres de estos países, pueden llevar una vida que entre los talibanes sería de pura impiedad. Por ello, en este mundo tan complejo, resulta impensable que sus intelectuales y teólogos permanezcan al margen de lo que supone el regreso de los talibanes. Las declaraciones de un dirigente talibán, anunciando que los asuntos que conciernan a las mujeres serán sometidos a la decisión de un consejo de jurisconsultos islámicos puede ser la ocasión para superar la situación actual y que se interpele la interpretación radical que lleva a cabo el grupo.

Dejar todo a merced de lo que resuelva la shura afgana sin la acción moderadora de otros teólogos islámicos conduce a un callejón sin salida. Y afectará, así mismo, a los gobiernos que esperan beneficiarse del triunfo talibán: China, Rusia, Pakistán ¿asumirán el coste de esta irracionalidad? El régimen talibán necesita lograr legitimidad internacional y ayuda económica. Es por lo tanto imprescindible condicionar cualquier apoyo al respeto de los derechos de la población afgana en general, y de las mujeres en concreto. Su protección es una responsabilidad global compartida por los países asiáticos, musulmanes, y occidentales.@evabor3

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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