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COLUMNA
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Deme un ‘me gusta’, por caridad

Es triste ver desvanecerse las relaciones laborales por una alcantarilla en la que la mendicidad entra a formar parte de un juego en el que solo debía existir una variable clara: el sueldo

Berna González Harbour
El símbolo del 'like' de Facebook a la entrada de la sede de la compañía en Menlo Park (California).
El símbolo del 'like' de Facebook a la entrada de la sede de la compañía en Menlo Park (California).AP
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La dictadura de los 'likes'

Es triste tener que pedir, se decía cuando uno no tenía trabajo para no caer en lo más triste aún, que era tener que robar. Pero hemos llegado a un punto en el que trabajar no te evita mendigar, porque también incluye pedir como si fuéramos almas en pena necesitadas de un poco de compasión, por caridad.

Esta es la escena: varios amigos en torno a una mesa y una camarera tan simpática que, en cuanto le alabamos su amabilidad, nos ruega: “Ponedlo en la web, por favor, por favor, que es lo único que mi jefe valora. Si no, nos riñe”. Y ahí estamos nosotros, recuperando los móviles que tan bien apartados habían sobrevivido a la comida, para teclear caritas, sonrisas, me gustas y lo que hiciera falta. Porque quién no va a tener compasión de una camarera joven que no ganará lo suficiente para independizarse pero a la que, si no recibe comentarios positivos en la web, fulminarán entre vuelta y vuelta del rico costillar (¡perdón, Garzón!).

Va otra escena de mendicidad. Andaba una probando un podcast de relajación, y no precisamente el día de las costillas, cuando la voz susurrante que iba ordenando concentrarse al ritmo exacto de la inhalación y la exhalación dijo, antes de sumergirse en el recorrido gradual por todas las partes del cuerpo: y no olvide al final, si le ha gustado este podcast, dar un me gusta en Facebook, Twitter o en cualquier aplicación de su elección. Y lo dijo en el mismo tono sinuoso, calmado y subyugante con el que te había estado convenciendo de tranquilizar la mente para postergar tus problemas.

Qué desastre. Si alguien había conseguido algún grado de relajación, se acabó ante la inminente deuda posterior. Si alguien estaba espontáneamente alabando a la camarera, cayó repentinamente en la desbordante responsabilidad de poder contribuir a su supervivencia o expulsión. No vale elegir, no vale usar, no vale decir, no vale pagar. Hay que pulsar un me gusta, aunque sea por el amor de Dios, para que esas nuevas reglas de la economía que no hemos elegido acierten en la casilla correcta.

Es triste tener que pedir, ciertamente, y no sabemos si es más triste aún tener que robar, aunque sí más peligroso. Pero lo que sí es triste es ver desvanecerse las relaciones laborales por una alcantarilla en la que la mendicidad entra a formar parte de un juego en el que solo debía existir una variable clara: el sueldo. En fin.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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