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COLUMNA
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Corporativistas contra tecnócratas

El Gobierno tiene varias caras pero solo un objetivo: conseguir que Pedro Sánchez siga en el poder

Ricardo Dudda
Pedro Sanchez
Pedro Sánchez, habla a los medios de comunicación en el campus de la compañía HP, en Palo Alto (EE UU).JUANJO MARTIN (EFE)
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El Gobierno de Pedro Sánchez siempre ha sido bicéfalo. Es una coalición formada por un partido socialdemócrata con tintes liberales y otro que defiende una socialdemocracia radical (ambos, como es común en política, se reivindican como la verdadera socialdemocracia). Esa diferencia puede verse con claridad en la disputa económica de baja intensidad que existe entre la ministra de Economía y vicepresidenta primera, Nadia Calviño, más liberal, y la ministra de Trabajo y vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, que es más radical.

Pero dentro del Gobierno hay también dos almas o concepciones de la política, que van más allá de las diferencias entre el PSOE y Unidas Podemos. La primera es corporativista, dogmática, muy apegada al partido. La han representado estos años figuras como Carmen Calvo o José Luís Ábalos, y también políticos que están fuera del Gobierno pero muy cerca de él (las diferencias entre partido y Gobierno bajo el sanchismo son casi inexistentes), como Rafael Simancas o Adriana Lastra. Son políticos broncos, cínicos, que prefieren “equivocarse dentro del partido que tener razón fuera de él”, como criticaba Jorge Semprún de los militantes del PCE. En la última remodelación del Gobierno, Ábalos y Calvo han perdido sus cargos, pero la entrada de Simancas como secretario de Estado de Relaciones con las Cortes y la incorporación de Félix Bolaños, fiel a Sánchez, como ministro de la Presidencia sirven para mantener el perfil corporativista. Además, cinco de los nueve ministros nuevos son militantes del PSOE y el chief of staff que sustituye a Iván Redondo (que no era militante) es Óscar López, con una larga trayectoria en el PSOE.

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La otra ala del Gobierno es más tecnócrata y la lideran personalidades de fuera del partido como Nadia Calviño, Fernando Grande-Marlaska, José Luis Escrivá o Teresa Ribera. Su perfil es más técnico y no suelen entrar en debates culturales (salvo Marlaska, responsable de varias declaraciones desafortunadas). Aunque Calviño ha ascendido a la vicepresidencia segunda, el nuevo Gobierno de Sánchez es más corporativista que nunca.

También es bicéfalo el Gobierno desde otra perspectiva. El presidente busca un equilibrio difícil. Combina la guerra cultural y estratégica cortoplacista con un discurso de moderación y progreso ordenado. Promueve una idea de que su Gobierno no solo es imprescindible sino inevitable, y gobierna como si fuera a permanecer en el poder para siempre. Sánchez y sus ministros abren debates y polémicas muy ideologizadas que mueren brevemente para alimentar la maquinaria mediática; al mismo tiempo, venden una imagen de Sánchez como un gran estadista que piensa en las próximas generaciones, como mostró al anunciar el proyecto España 2050.

El Gobierno es consciente de que si hubiera hoy elecciones la derecha tendría posibilidades de gobernar. En su viaje por Estados Unidos, Sánchez ha intentado demostrar que no está preocupado por esa posibilidad. Se le da bien hacer de presidente, con toda su escenificación: los viajes, las entrevistas, los apretones de manos con empresarios. El Gobierno tiene varias caras pero solo un objetivo: conseguir que Pedro Sánchez siga en el poder.

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