El turista espacial Pequeño Nicolás
Hay lugares en Madrid en los que sólo es rico quien tiene unos padres ricos, da igual lo rico que sea él. Se llama clase social y no se entra con invitación
Al entrar en la cárcel por practicar un reconocible modo de estar español en ciertos círculos (presentarte siempre de parte de alguien o diciendo que lo tratas “mucho”, la apariencia social como pasaporte profesional, decir quién te está llamando cuando coges el teléfono en la mesa, etcétera) Francisco Nicolás Gómez Iglesias (El Pequeño Nicolás en los periódicos) podrá perfeccionar ahora ese modo de estar hasta extremos impensables. Si en los colegios caros y en las juventudes de un partido puede tejerse un adolescente una red de contactos tan grande como la de un ministro, en prisión se encontrará de golpe con los dos ambientes y el que le faltaba, el de los sicarios. “Ya estamos todos”, como le dijo un jugador del Madrid a otro cuando les estaban pintando la cara en Turín y vieron que entraba en el campo Freddy Rincón.
Pocos personajes han retratado mejor a las élites políticas y empresariales de este país que el Pequeño Nicolás: para ser parte de ellas, a veces basta con fingirlo. Hasta el extremo que dé igual tu edad, a la manera de Groucho Marx: “Esto lo podría hacer hasta un niño de dos años, traedme a un niño de dos años”. Define tanto a una sociedad quien consigue medrar en ella como a costa de quiénes lo consigue, y esa es la vieja lección que enseña involuntariamente el condenado. Enseña todo lo que se le puede hacer bien vestido a unos señores impresionables que tienen ganas; ganas de conocer a la gente que el Pequeño Nicolás les decía que conocía; ganas de hacerse con contratos que el Pequeño Nicolás les decía que conseguiría; ganas de entrar en palacios, estadios y salones a los que el Pequeño Nicolás entraba y les prometía que entrarían. Todo ello mientras esquilmaba uno a uno con promesas de inversiones o sin ellas, sólo por favores futuros o por diversión, préstamos personales que configuraban una bellísima estafa piramidal basada en la confianza y el cariño, dos emociones tan desconocidas en ese mundo que nadie sabía luego cómo recuperar el dinero.
“Me mandaron a un colegio en el que todos eran ricos menos yo. Me dije: ‘Tengo que tener ese nivel de vida”, le dijo Francisco Nicolás Gómez a Pablo Ordaz. Es una frase brillante que está detrás del origen de grandes obras de la literatura universal, de condenas a prisión y de asesinatos célebres. También de carreras profesionales hechas a base de resentimiento, que suele ser un combustible potentísimo. “Lo enviamos a un colegio elitista porque queríamos que se hiciera con amigos importantes”, dijo su madre en los juzgados de Plaza de Castilla de Madrid, que es donde se pronuncian estas frases. Ella y tantos saben que la primera consecuencia de entrar en un círculo exclusivo es creer que perteneces a él.
“Vales lo que vale tu agenda”, “¿sabes con quién estás hablando?”, “tengo que presentarte a alguien”, “pórtate bien con mi amigo”, “si entras tú, sacamos el doble”, “soy el relaciones” (esto se lo dijeron a una amiga hace poco, luego supimos que para hacerse respetar; ella entendió que era conocido como El Relaciones de igual manera que también existe El Rulas). Este fenómeno, que es un fenómeno muy madrileño, tiene consecuencias también muy madrileñas, que casi nunca son las que ha sufrido el Pequeño Nicolás porque él, al contrario que los pequeñosnicolases con los que fue a parar, no era rico, y hay lugares en Madrid en los que sólo es rico quien tiene unos padres ricos, da igual lo rico que sea él. Se llama clase social y no se entra con invitación.
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