Qué salvaje
Hay libros en los que en cada página ocurre algo. Me refiero a sucesos de carácter expresivo. Tal es lo que sucede en los de Ali Smith
Lo que nos obliga a avanzar en la lectura de un libro es, con frecuencia, la curiosidad de saber lo que ocurrirá en la página siguiente. A veces no ocurre nada en la página siguiente, ni en la otra, pero hay modos de no pasar nada en los que se mantiene la tensión necesaria para que el ánimo del lector no decaiga. Ocurre algo semejante cuando llegas a una ciudad desconocida y sales a recorrerla tras dejar la maleta en el hotel. A lo mejor la avenida principal no resulta especialmente atractiva, pero se abren a su derecha y a su izquierda callejones prometedores por los que da gusto adentrarse. Y eso es lo que haces, precipitarte de callejón en callejón, o de página en página, en busca de un lugar mítico que dé satisfacción a tu búsqueda. A lo largo de ese recorrido, sin darte cuenta, te vas recorriendo a ti mismo alcanzando en ocasiones puntos tan remotos y perdidos de tu geografía que después te cuesta regresar al hotel o la vida real.
Ahora bien, hay libros que no se leen por averiguar lo que ocurrirá en la página siguiente, sino por lo que está ocurriendo en la actual. Hay libros en los que en cada página ocurre algo. Me refiero a sucesos de carácter expresivo. Tal es lo que sucede en los de Ali Smith, una autora británica que acabo de descubrir un poco por azar, un poco por necesidad, y cuyo Otoño me ha dejado perplejo por su capacidad para constituir uno de esos callejones literarios en los que te quedarías a vivir. Otoño forma parte de un Cuarteto estacional del que también he podido leer Primavera con semejante desconcierto estético, el desconcierto de aquel que en vez de avanzar para ver qué ocurre luego, retrocede para averiguar cómo ha logrado hacerlo antes. Ali Smith, qué salvaje, qué bárbara.
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