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Leyendo de pie
Columna
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La guerra de Padrino

Sorprende ver que en Venezuela los políticos de oposición tienen todavía miramientos a la hora de hablar de nuestros militares

Ibsen Martínez
Vladímir Padrino y Nicolás Maduro
Nicolás Maduro, a la derecha, a estrecha la mano del ministro de Defensa, Vladímir Padrino.

No hace mucho, uno de los caimacanes de la satrapía venezolana, un exoficial que acompañó a Hugo Chávez en su fracasada intentona golpista de 1992 y ha sido diputado de la facción de Diosdado Cabello en todas las asambleas fulleras del chavismo desde 1998, se jactó en un programa de televisión de la superioridad del Ejército bolivariano al compararlo con el colombiano.

Este hombre, famoso por dicaz y desaforado, cuyas disparatadas bravuconadas causan hondo desconsuelo pues revelan la condición intelectual de quienes sojuzgan mi patria, conjeturaba una guerra entre nuestros países en la que los cazas interceptores rusos, comprados en años de vacas gordas, permitirían dar cuenta de los ejércitos colombianos en un santiamén.

El diputado militar mostraba un mapa de Colombia y, usando como puntero su pluma Montblanc Meisterstuck Gold de 700 dólares, hacía notar a los televidentes el curso del río Magdalena.

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Con arrogancia de nuevo rico, más propia de la Venezuela saudita de los años 70 que del erial socialista del siglo XXI donde la pandemia diezma a mis depauperados compatriotas sin vacuna, el chafarote compartía en horario matutino detalles de lo que debería ser un plan ultrasecreto, el plan Hindenburg-Luddendorff chavista para acabar con la oligarquía bogotana.

“Esa gente no tiene sino un solo río”, explicaba, “y lo cruzan siete puentes. Nuestros aparatos SU-30 pueden llegar al corazón de Colombia en tan solo once segundos después del despegue y destruir los siete puentes colombianos, paralizando por completo el país”.

Al verlo, tan bocazas y fachendoso, tan ignorantón e irresponsable, tuve consciencia una vez más de cuánto daño ha causado nuestro militarismo. En especial a la imaginación política.

Sorprende ver que en Venezuela los políticos de oposición tienen todavía miramientos a la hora de hablar de nuestros militares. Entristece advertir que la estrategia opositora que ha prevalecido en Venezuela ha sido, justamente, la más militarista.

Desde 2002 esa estrategia no ha sido otra que exhortar a la población a que se haga matar en las calles en procura del desquiciamiento supremo que justifique el golpe militar “constitucionalista”.

Se ha movilizado una y otra vez a la ciudadanía para una “revolución naranja” a la ucraniana con miras, a la larga, de celebrar elecciones al tiempo que se conspira inconducentemente con militares torturadores para dar un golpe a corto plazo.

Siempre se nos ha dado a entender, claro, que un tal golpe es solo una primera y breve y forzosa parada en la ruta a la reconciliación democrática.

En toda figuración retórica del futuro, nuestro político de oposición se ofrece a presidir una idealizada restauración de lo que había antes de Chávez e, inmancablemente, reserva un lugar para las inmensas reservas democráticas de la “institución armada” con las que habrá que contar el día de la reconciliación.

El bárbaro que hablaba de bombardear los puentes sobre el Magdalena es para mí, sin embargo, indistinguible, en su xenofobia guerrerista, del general chaparrito y mofletudo que en los años cincuenta perseguía a civiles y robaba a manos llenas y hacía amagos con sus aviones, igual que los hizo Chávez con sus tanques.

Aparte el dispendio en armamento y las bravatas, aparte los insondables narconegocios y los expolios del Arco Minero, el Ejército venezolano no sirve para nada de lo que convencionalmente se espera de los hombres de armas.

No solo el ELN y una “disidencia” de las FARC le causan bajas y hacen prisioneros a sus oficiales y efectivos de tropa en los territorios fronterizos con Colombia, sino que bandas de maleantes que campean en nuestras favelas, como las de los célebres Coqui y Wilexis, les arrebatan a los cuerpos armados de Maduro el control de populosos distritos capitalinos cada vez más vastos.

Tal vez al ponerlo así parezca que dejo de lado las connivencias y las complicidades entre el madurismo, la antigua insurgencia colombiana y los malandros caraqueños que los más conocedores no dejan de señalar.

La sorpresa, sin embargo, está en que ni las amenazas de Trump y sus halcones ni las zalamerías de la coalición Guaidó durante 2019 y 2020 no hayan logrado mover un ápice las lealtades militares al régimen de Maduro tanto como a buen seguro lo están haciendo las embarazosas derrotas sufridas por los impávidos generales Padrino y Ceballos a manos de irregulares de la frontera.

A mí, al menos, solo de pensarlo y tal como suele decirse, me entra un fresquito.

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