Sin batalla
Dos continentes, Europa y África, y sus mares, están llenos de criminales de guerra sueltos, y el lugar soñado por sus víctimas, Europa, no les impide actuar
Guerras de religión, guerras de ideología, guerras por territorios usurpados o segregados, guerras de orgullo; terrorismo, racismo, violencia machista. Cuánta, cuánta guerra. Hay sin embargo una sin bandos oponentes, sin bombas ni desfiles. Y sin victorias. Es nuestra guerra peor, y la contaba el pasado domingo en este periódico, en forma de diario, un joven maliense de 25 años, Moussa, que la sufrió. No vamos a decir que su relato fuese original. Salió de Mauritania a primeros de abril en un cayuco con 63 ocupantes, pero sólo él y dos más sobrevivieron al cabo de 22 días de travesía. Los tratantes en carne humana eran descritos en crudo, pero la trama ya sabida le quita al crimen suspense. ¿Crimen?
Se trata de una guerra sin precedentes históricos en nuestro siglo; el pequeño criminal está identificado, pero no se le encuentra, como disculpándole de que busque solo dinero y no gloria racial o militar. Así que dos continentes, Europa y África, y sus mares, están llenos de criminales de guerra sueltos, y el lugar soñado por sus víctimas, Europa, no les impide actuar: no los persigue en sus guaridas, no destruye sus embarcaciones letales, no los juzga ni los condena, demasiado ocupada en los frentes internos. Execrable.
Europa carece de sentido si no acaba con el asesinato a mansalva a manos de unas mafias o de un alto interés geopolítico. ¿Difícil? Nunca se ha dicho que extirpar el crimen sea tarea fácil. Más urgente que ayudar económica y sanitariamente a los países que exportan a sus jóvenes como mercancía es decir la verdad; decirlo todo, incluso lo terrible, por su nombre.
Cuánta, cuánta guerra es el título de la gran novela bélica y lírica de Mercè Rodoreda en la que, según la autora, “batalla, lo que se dice batalla, no hay ninguna”. Tampoco ahora las hay abiertamente en la migración. Y se sigue matando.
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