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Columna
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Orígenes del forofismo

La pregunta es cómo hemos llegado a este punto en el que todo el mundo rechaza asumir responsabilidades por la sencilla razón de que en la liza política se entienden como una debilidad

David Trueba
El ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska, el jueves durante su comparecencia en la Comisión de Seguridad Vial del Congreso de los Diputados.
El ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska, el jueves durante su comparecencia en la Comisión de Seguridad Vial del Congreso de los Diputados.Juan Carlos Hidalgo (EFE)
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Lo natural en un país democrático es que tras la sentencia de la Audiencia Nacional que ordena restituir en su cargo de la Guardia Civil de Madrid al coronel Pérez de los Cobos, el ministro del Interior dimitiera. También es cierto que Pérez de los Cobos diseñó un auténtico disparate policial para afrontar la jornada del 1 de octubre de 2017 en Cataluña, y lo natural es que hubiera sido cesado de manera automática esa tarde. La incapacidad que demostraron el presidente Rajoy y su vicepresidenta Sáenz de Santamaría a la hora de enfrentarse a aquel referéndum ilegal también hubiera convertido la dimisión de ambos en la única solución decente. Todos los protagonistas a uno y otro lado del tablero político hicieron el peor uso posible de sus cargos representativos. Las cargas policiales contra los ciudadanos que acudieron a votar dibujaron la peor imagen en el exterior de la democracia española desde la Transición. Puede que por todo ello, el ministro Grande-Marlaska se vea eximido de presentar la dimisión por exigir ser informado de una investigación que salpicaba al Gobierno. También es cierto que el coronel Pérez de los Cobos manejaba un informe cuestionable sobre la autorización de las marchas feministas del 8 de marzo del año pasado. Y aún más cierto es que ese tipo de informe partidista y zafio se ha convertido en una fórmula habitual fomentada por algunos mandos de nuestros cuerpos de seguridad pese al daño que causan en su reputación.

La pregunta es cómo hemos llegado a este punto en el que todo el mundo rechaza asumir responsabilidades por la sencilla razón de que en la liza política se entienden como una debilidad. En la normalidad democrática, esa conciencia del propio error y la aceptación de las consecuencias políticas no tiene nada de debilidad, sino más bien de fortaleza sistémica. Es por ello que asistimos asombrados a que un partido que afronta una serie de juicios encadenados por el desvío de millones de euros desde la obra pública a su tesorería, juega a escarbar en la mínima factura incorrecta del partido rival. Del mismo modo, hemos visto a todo un vicepresidente segundo desautorizar a la justicia cuando no le era propicia e incluso pintar el ejercicio convencional de la prensa plural en democracia como un frente dictatorial. Y para concluir, ese mismo vicepresidente ha sufrido en su domicilio particular un acoso continuado sin que los partidos rivales se hayan unido de manera contundente para frenar esas acciones. Figurará para siempre en la hoja de servicios de los líderes de la derecha española esa infamia, como en la del vicepresidente figura haber defendido en su día los escraches frente a domicilios de sus rivales.

Si todos siguen trabajando en esa dirección con tanto ahínco no tardaremos mucho en joder el Perú y luego preguntarnos impotentes por cuándo pasó. Los resultados de las últimas elecciones en Cataluña y los pronósticos de las cercanas elecciones madrileñas no ayudan a sacudir la culpa de los ciudadanos, pues también parecen participar de esta afición por la confrontación visceral y los liderazgos divisivos. En el deporte es habitual ver cómo quien es incapaz de ganar en el terreno de juego trata de reconducir la disputa hacia el ámbito en el que puede excitar los ánimos de la grada de apoyo sin rendir cuentas de su bajo nivel táctico. Así nace el forofismo.

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