Patada en la puerta en beneficio de todos
Los delincuentes de hoy no lo serán mañana. Los abusos del Estado, su desproporcionalidad y la fiebre delatora de muchos ciudadanos, sí
Dos imágenes de estos días. La primera, una mujer apalizada por dos policías en Benidorm por no llevar mascarilla y estar fuera de casa tras el toque de queda. La segunda, un grupo de policías derribando la puerta de un domicilio privado en Madrid sin orden judicial (no había un secuestro ni se ocultaban terroristas: eran unos tíos bebiendo en una casa que no era la suya). De esto no hay vídeo, pero resume las otras dos: un señor en Alicante ve por internet unas imágenes en tiempo real de las calles de Lugo (hay que respetar lo que excita a cada cual) y llama a la policía al detectar a un vecino fumando sin mascarilla, cuando mucho más interesante sería avisar a la policía por fumar con ella puesta. La mujer de Benidorm, el botellón de los chavales en Madrid y el fumador de Lugo no están permitidos en la España de hoy, pero lo estarán dentro de poco; los abusos del Estado, su desproporcionalidad y el virus autoritario y chivato de muchos de sus ciudadanos, sin embargo, se pretenden justificar en la España de hoy para que queden justificados en la de mañana.
El caso de la policía tumbando la puerta de un piso desempolva un debate jurídico de primer orden y una justificación monstruosa del Gobierno: “Es legal”. La verdad es que si hubiera sido ilegal nos quedábamos más tranquilos: el verdadero miedo es que esto sea legal. Legal fue la patada en la puerta del socialista Corcuera en 1992 y la sucesión de barbaridades amparadas en ella, desde palizas indiscriminadas hasta entrar a golpes en las casas sin más mandato que el de la sospecha (célebre el caso de una vecina sevillana que vio salir de un coche con matrícula de Bilbao a unos señores, alertó a la policía y allá fueron a tirar puertas). Corcuera terminó utilizando la famosa expresión en otro momento muy de izquierdas: cuando dijo que la llegada de inmigrantes sin papeles era como si alguien entrase en la casa de otro “dando una patada en la puerta, sin llamar o sin pedir permiso”. Cuando el Gobierno de Sánchez, como en 2018, ejecuta una devolución exprés de inmigrantes lo hace amparado en un convenio firmado por Corcuera en 1992, o sea, por su partido.
Cuando ya no era ministro, Corcuera quiso meterse en el Bernabéu con una bota de vino, fue retenido, dijo que era exministro, la bota desapareció en la puerta y terminó en sus manos ya en la grada. Preguntado sobre qué bebía, dijo que coca-cola, que es una práctica habitual del PSOE cuando tiene que tomar las mismas medidas y actitudes que le critica a la derecha: “Lo nuestro no es vino, es coca-cola”, aunque emborrache exactamente igual. En los tiempos más oscuros, Ernst Jünger escribió aquello de que la inviolabilidad del domicilio se basa en el padre de familia que aparece en la puerta de casa acompañado de sus hijos y empuñando un hacha en la mano. En una democracia no hace falta llegar a eso, basta con leerse la misma Constitución que la policía ha tumbado con una orden interna (tantos años de debate y solo había que dar una voz en comisaría). Y un Ministerio de Interior, como aquel de Corcuera, al que hay que reprocharle que dé validez a aquella frase de La jungla de asfalto que recordó hace 20 años Antonio Muñoz Molina a propósito de una paliza propinada a su primo por no llevar el DNI: “Nunca te fíes de un policía. Cuando menos lo esperas se ponen de parte de la ley”.
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