La movida madrileña
Tantos años de mostrar músculo civilizatorio, tantas leyes avanzadas, tanta modernidad, para acabar respondiendo al estereotipo más vulgar y cañí
Cuando termino de trabajar salgo cada noche a la Gran Vía de Madrid con el toque de queda en vigor. Las calles no están vacías, se distingue claramente a los trabajadores que vuelven a casa y se reconoce sin dificultad a los grupos que, en todos los idiomas, apuran o buscan cómo prolongar la fiesta.
Una se reprime la indignación porque le espanta el policía de visillo señalando a los demás. Porque se pregunta qué estaría haciendo ella a los 20 años si le prohibieran salir de casa por la noche para ir al encuentro de los otros. Porque la pandemia se está haciendo larga y estamos todos muy cansados. Porque las medidas son tan dispares por territorios que tienen la misma o peor situación epidemiológica, que dificultan mucho su comprensión y acatamiento. Y porque en Madrid son las autoridades las que han decidido que los límites sean difusos.
Una se dice todo esto, pero no evita la tristeza de este Madrid convertido en referencia de la irracionalidad frente a un virus que enferma y mata. Adiós al esfuerzo de sacudirnos la imagen de la España diferente, del país de charanga y pandereta. Las fotos de la noche pandémica madrileña nos devuelven a los Episodios nacionales de Galdós: “Los españoles no empiezan por el principio, civilizarse para después gozar. Dicen: Gocemos y luego nos civilizaremos”.
Tantos años de mostrar músculo civilizatorio, tantas leyes avanzadas, tanta modernidad, para acabar respondiendo al estereotipo más vulgar y cañí. Dame una buena juerga y que se quiten todas las penas y todos los virus. Y, lo que es peor, ahora ya ni siquiera disfrutamos de la juerga nosotros. La inmensa mayoría de los españoles se contiene las ganas o la necesidad y cumple civilizadamente con las restricciones para intentar detener la pandemia. No, la imagen que da la vuelta al mundo estos días nos devuelve a aquel batir las palmas para que se diviertan los señoritos del resto de Europa, países donde el imperio de la razón impone, pese a las dudas, hacer lo que se ha demostrado menos malo para acabar con esta pesadilla.
Es verdad que frente al virus no hay certezas absolutas y que al prolongarse en el tiempo exige creatividad para que las restricciones sean compatibles con la economía y con la vida. Creatividad, no barra libre penosa y peligrosa. @PepaBueno
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