Cantó el cisne
Me alegraré si la lista en la que Toni Cantó figura fracasa en las urnas. Pero pagaré con gusto cuando vuelva a ‘cantar’; en las tablas, no en los escaños


Sorprende que destacados intérpretes que podrían encarnar en un escenario a Electra o a Hamlet, a Max Estrella o a Bernarda Alba, se hagan concejales o incluso consejeros autonómicos. Cuando Glenda Jackson abandonó en plena gloria el cine y el teatro para ser una oscura backbencher laborista, la pérdida fue dolorosa. Otra gran artista comprometida con las causas de izquierda, Vanessa Redgrave, ha sido, por fortuna, ambidextra; en una mano las octavillas trotskistas que toda su vida ha repartido, en la otra el último guión de Hollywood.
Los que no le votan se burlan de Toni Cantó, y algo hay en efecto de vodevil de puertas giratorias en su vaivén, aunque no es ni mucho menos el único del gremio político que practica ese género. Tuve ocasión de asistir a su debut teatral en una comedia de éxito, Los ochenta son nuestros; el jovencísimo actor estaba entonces verde como una ensalada monocolor, pero pasó poco tiempo y se le volvió a ver trabajando con gran aplomo el repertorio clásico (Shakespeare, Valle-Inclán), dirigido por maestros de la profesión de la talla de José Carlos Plaza y Juan Carlos Corazza. En 1992, tras un casting en el que desfilaron una docena de galanes de primera magnitud, fue el elegido por Bob Wilson para protagonizar Don Juan último, su primer montaje en lengua castellana, producido por el CDN; en un amplio y magnífico reparto, Cantó daba brillante réplica a Julieta Serrano, que hacía de la madre del libertino, en un texto más bien arduo del que yo era autor. Lo último que le vi fue un mamet, y una vez más el actor hacía olvidar al alter ego público, como ha de ser.
El 4 de mayo no le voy a votar, y me alegraré si la lista en la que figura fracasa en las urnas. Pero pagaré con gusto cuando vuelva a cantar; en las tablas, no en los escaños.
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