Él eres tú
Todos somos versiones del mismo yo. Incluso aquellas personas de las que más distante te sientes son versiones tuyas o tú de ellas
Ventajas de no existir: no tendría que madrugar ni tomar ansiolíticos para combatir la culpa de levantarme tarde, pero tampoco gozaría de los momentos buenos de la vida. Para sentir el alivio de no estar, tienes que haber estado. La gente se suicida para no estar, aunque en el momento mismo de morirse deja de apreciar sus ventajas. Supongamos que no estoy, me digo. En tal caso, este hogar en el que vivo estaría ocupado por otro yo que sufriría y gozaría, más o menos, como el yo que lo ocupa ahora: el mío. ¿Pero de verdad es mío este yo desde el que me relaciono con el mundo? ¿Acaso no es un yo construido desde fuera de mí, desde una educación y unas emociones que me extrañan?
Dejemos eso de momento para volver al yo que ocuparía mi casa y al que ahora imagino leyendo una novela que no le gusta. De súbito, la abandona a un lado del sofá, se levanta nerviosamente y va de un lado a otro del pasillo intentando calmar una inquietud cuyo origen ignora. Tal vez mi yo, pese a no estar, dejó contaminada la vivienda. “Voy a bajar la basura”, se dice el yo observado por mí de la no existencia. Y la baja, y se queda un rato en el cuarto de las inmundicias observando, aturdido, los cubos de los diferentes colores. Mira la hora: las seis de la tarde. Calcula que se le harán eternos los minutos que le faltan para meterse en la cama.
Ese yo no es mi yo, pero es una versión del mío. Todos somos versiones del mismo yo. Incluso aquellas personas de las que más distante te sientes son versiones tuyas o tú de ellas. Y son tantas que la inexistencia, aunque tú te pegues un tiro en la boca, resulta imposible. Entretanto, el yo ajeno ha tomado de nuevo la novela que no le gustaba. Si te fijas en él, verás que ese yo eres tú.
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