La fascinación cínica
Va creciendo la disonancia entre el debate público y las preocupaciones privadas. Una brecha por la que se cuela la fe en que el proceso político sirve para mejorar nuestras vidas, o al menos manejar la crisis
Ciudadanos intentó una moción en Murcia porque Arrimadas necesitaba dotar de actos fehacientes a su lento giro retórico hacia el centro (el concepto en su cabeza sonaba espectacular; aunque la implementación se ha revelado a sí misma como desastrosa). Ayuso reaccionó convocando elecciones porque piensa que así puede ampliar su mayoría, reduciendo su dependencia de otros partidos. Iglesias deja la vicepresidencia y se lanza en Madrid porque necesita salvar la presencia parlamentaria de su partido en la región, a punto de caer por debajo del umbral del 5%. Y Salvador Illa abandonó ese mismo Gobierno para resucitar a su partido en las elecciones catalanas del mes pasado.
La esencia de las “jugadas maestras” del último par de meses está en apenas esas cuatro frases. Pero ocupamos con ellas páginas, tertulias, grupos de WhatsApp, complejos paralelismos con series de moda, directos en Twitch. Mantenemos una suerte de fascinación hacia la pura coreografía política; vacía de trabajo y contenido.
De lo que hablamos es de por qué Ayuso se destapó con su reaganismo “comunismo o libertad”, o si “no pasarán” es un contralema apropiado con sus ecos guerracivilistas. Pero lo que nos preocupa en nuestro día a día son cosas como los efectos de la segregación escolar en Madrid sobre el futuro de nuestros hijos, o cuándo y cómo van a llegar las tan necesarias ayudas directas a empresas del sector hostelero en Murcia. Y así va creciendo la disonancia entre el debate público y las preocupaciones privadas. Una brecha por la que se cuela la fe en que el proceso político sirve para mejorar nuestras vidas, o al menos manejar la crisis.
Nuestro pensamiento sigue tres fases dentro de esta lógica: “oh, qué sorpresa este movimiento” (atención); “qué pereza, si es que solo se preocupan por mantener su poder” (desafección); “bueno, pero los otros son peores” (polarización). El resultado es un cinismo fascinado que paradójicamente nos impide apartar los ojos de la coreografía, aunque lo deseemos. Luego, cuando nos encontramos con un debate político genuinamente apegado a un problema, nos cuesta reconocerlo. Nuestro ojo busca la oculta contorsión interesada; nuestro cinismo sospecha. Pedimos cuentas. Al hacerlo, reproducimos los incentivos para la contorsión espectacular. Si nadie va a debatir sobre el contenido en franca lid, ¿para qué aportarlo? Entonces se retoma la danza. @JorgeGalindo
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