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Tribuna
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Navalni, la grieta creciente del régimen de Putin

La lucha contra la corrupción no basta para construir una verdadera alternativa política y eso debería tranquilizar al Kremlin, pero las posiciones del presidente ruso refuerzan la popularidad de su rival

Carmen Claudín
PUTIN CLAUDIN
NICOLÁS AZNÁREZ

“Y la grieta en la taza de té abre / Un camino hacia la tierra /

de los muertos”. W.H. Auden (Mientras paseaba una tarde)

Nunca había habido tantas flores como este 27 de febrero de 2021 en el puente de Moscú donde fue abatido Borís Nemtsov por un tiro en la nuca, hace seis años, ese mismo día de 2015. Su amigo Alexéi Navalni cumplía en ese momento una de sus tantas condenas de cárcel. El tributo floral se ha multiplicado exponencialmente este año por ser otra forma, aún no prohibida, no solo de rendir homenaje a un demócrata asesinado al amparo del poder, sino también de manifestar una vez más el rechazo al encarcelamiento de Navalni y el desacuerdo con el régimen.

El presidente Putin dijo por televisión que Navalni no representa ningún peligro para él y para la estabilidad del país; y si los servicios secretos rusos hubieran querido matarlo, ya estaría hecho, añadió con una entonación condescendiente. ¿Por qué entonces no minimizar más aún el fenómeno Navalni, permitiéndole volver tranquilamente a Rusia sin montar un espectáculo en el aeropuerto y dejando pasar unos días hasta que la atención mediática hubiera decaído para empezar el acoso policial habitual?

Sin quererlo el interesado, hay algo de cierto en las palabras del presidente ruso: el principal peligro no es Navalni ya que, de momento, su influencia real en el conjunto del país parece bastante limitada y es pronto para saber en qué sentido pesará la detención. En cambio, el estado de estancamiento económico y el declive del nivel de vida social en la que se encuentra el país han alimentado el descontento general de un amplio segmento de la población. Esta situación es lo que explica la magnitud de las protestas por toda la geografía del país. La preocupación por el deterioro socioeconómico aparece claramente expresada desde hace meses en los sondeos de opinión pública del centro independiente Levada. Así, en septiembre de 2020, los encuestados señalaron como los problemas más serios del país la subida de los precios (61%), seguido por el aumento del desempleo (44%) y por el empobrecimiento (39%). Y en enero de 2021, a la pregunta “¿Qué cree usted que ha empujado a la gente a protestar?”, un 41% menciona en primer lugar la “insatisfacción general con la situación en el país” mientras en 2017, año que presenció también manifestaciones masivas, esta respuesta aparecía en segundo lugar con un escaso 18%. No puede extrañar pues que, si bien el 49% de los encuestados piensa que el país va en la dirección correcta, un significativo 40% piensa lo contrario.

Sobre este trasfondo, el ariete de la acción de Navalni contra el régimen, a saber, su denuncia constante y documentada de la corrupción en las más altas esferas del poder, consigue un impacto creciente y ha sido, más que cualquier otra razón, la base sobre la que, desde hace tiempo, se ha ido construyendo su popularidad. Por otra parte, la carrera pública de Alexéi Navalni no se ajusta a ninguno de los modelos del escenario político ruso de los últimos veinte años y proyecta una imagen muy heterogénea de su personalidad. Éste ha defendido en el pasado posiciones claramente nacionalistas rusas, participando en una campaña llamada “Rusia para los rusos” o abogando por la expulsión de los emigrantes centroasiáticos ilegales; ha defendido el uso de las armas, poniendo como ejemplo la lucha contra el terrorismo que, en Rusia, se suele equiparar con la población de las repúblicas caucásicas, en su mayoría musulmanas. Navalni se ha distanciado de este pasado, pero no se esconde de él: así, no ha querido retirar dos vídeos de una espantosa estética kitsch que dan fe de esas ideas por considerar que lo tiene que asumir. Pero, aunque no cabe duda de que ha evolucionado, su personalidad siempre ha sido controvertida en los medios liberales en Rusia y fuera.

Con todo, en 2013 Navalni cosecha su principal éxito político en las elecciones para la alcaldía de Moscú, las únicas a las que no se le impidió presentarse y en las que consiguió un muy honorable 27% de los votos. Es a partir de entonces cuando su popularidad empieza a crecer y se convierte en una de las figuras más destacadas de la oposición real.

En octubre de 2014, Navalni da una entrevista a Ekho Moskvy, la única radio independiente que queda, en la que denuncia la política del Kremlin con los países vecinos exsoviéticos. Y aquí da otra vez muestra de sus ideas contradictorias. “No hay nada más perjudicial para los intereses del pueblo ruso que este chovinismo imperial” declara, añadiendo que “a los rusos no les conviene apoderarse de las repúblicas vecinas, les conviene luchar contra la corrupción, el alcoholismo, etcétera, resolver los problemas internos”. Pero, a la vez, defiende la posición de Rusia en la guerra contra Georgia en 2008 y, aunque denuncia el carácter ilegal de la anexión de Crimea, considera que ya es un hecho consumado que convendría no tocar. Y concluye que “el tema de la inmigración ilegal es cien veces más importante que cualquier Ucrania”.

La ventaja de esta heterogeneidad es que convierte efectivamente a Navalni en un opositor distinto de los liberales al uso que muchos en Rusia identifican aún con los turbulentos años noventa y lo acerca al ciudadano de a pie que se puede sentir reflejado en él. Además, el pasado nacionalista de Navalni le pone más difícil al Kremlin denunciarlo abiertamente como agente extranjero al servicio de potencias hostiles. Así que, de momento, ha surgido, de forma aparentemente espontánea, una campaña de desprestigio de Navalni a raíz de la discutible decisión de Amnistía Internacional de no reconocerlo como preso de conciencia si bien lo defiende como persona perseguida por sus convicciones políticas. Esta decisión de la organización fue tomada en la sede central de Londres, y trasladada a la de Moscú, tras haber recibido la primera una serie de correos electrónicos recordando el pasado de Navalni como si éste no hubiera sido siempre del dominio público. La mayoría de esos mensajes provienen de gente —no solo rusa— simpatizante de la Rusia de Putin o a las órdenes de ésta como RT. La prestigiosa columnista del The New Yorker y activista LGTBI, Masha Gessen, otrora muy crítica con Navalni por esas ideas nacionalistas, ha investigado a fondo el asunto y destapado los detalles de esta hábil operación de descrédito orquestada desde arriba.

El problema para Navalni es que la lucha contra la corrupción no basta para construir una verdadera alternativa política y eso debería tranquilizar al Kremlin. Pero, como observa la experta Kadri Liik, el intento de asesinato de Navalni pone en evidencia más la debilidad del régimen que la fuerza de aquel como opositor. La incapacidad del poder de renovarse —o el temor a hacerlo— se está convirtiendo en una brecha peligrosa para el mismo poder. Pero volver a entrar en el país, sabiendo a lo que se exponía, ha sido un acto de gran valor por parte de Navalni. En una colonia penitenciaria rusa puede pasar cualquier cosa. Y ello probablemente le granjeará más simpatía y respeto popular. Así que, tal vez, Putin está dando a la carrera política de Navalni el empujón que necesitaba.

Carmen Claudín es Investigadora Sénior Asociada, CIDOB.

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