El ‘Titanic’ argentino
Mientras amigos del Gobierno recibían la vacuna, millones de argentinos intentaban inscribir a sus familiares de mayor edad, muchas veces sin éxito porque se caía el sistema
Claudia Piñeyro es una talentosa y popular escritora argentina, una de esas personalidades respetables que, de tanto en tanto, aparecen en un país. El sábado pasado, escribió en Twitter: “Ayer me acordé de la película Titanic, cuando el garca novio de Kate Winslet empuja para meterse en un bote, antes de niños y demás personas que debían subir antes”.
Piñeyro se refería a la crisis política que había estallado el viernes en Argentina, cuando la sociedad, que en este año terrible enterró ya a 50.000 personas, se enteró de que en las oficinas del Ministerio de Salud se vacunaba a amigos del Gobierno, a los que no les correspondía, antes que ese beneficio llegara a médicos, enfermeros, ancianos, enfermos y poblaciones de riesgo diversos.
El episodio se desencadenó cuando un periodista oficialista, llamado Horacio Verbitsky, contó por radio su experiencia. “Llamé a mi viejo amigo el ministro”: así empezaba la narración, donde el propio Verbitsky se calificaba a sí mismo como “un subversivo”. El escándalo fue de una magnitud extremecedora. Verbitsky intentó pedir perdón y aclaró que no se dio cuenta de lo que hacía: “No advertí que fuera algo incorrecto, el ejercicio de un privilegio”.
Con el correr de las horas, se empezaron a conocer los nombres de otras personalidades que habían logrado meterse en el bote del Titanic antes que las mujeres y los niños. Eduardo Duhalde fue presidente de la Nación. Se vacunó él, su mujer, sus hijas y su secretario privado. “Yo no tengo nada que explicar. Que lo explique el Gobierno”.
Daniel Scioli y Carlos Zaninni fueron los intergrantes de la fórmula presidencial del peronismo que fue derrotada por Mauricio Macri en el 2015. Se vacunaron los dos: Zaninni, un hombre muy cercano a Cristina Kirchner, logró también que se vacunara su mujer. Scioli es embajador en Brasil. Zaninni es procurador del Tesoro, es decir, que ejerce como abogado.
Gran parte de los funcionarios del Ministerio de Salud se vacunaron antes que muchísimos enfermeros, los de la primera línea. El ministro de Economía, Martín Guzmán, un joven de 38 años, se vacunó. Tal vez lo mereciera por la trascedencia de su cargo. Pero también lo hicieron ocho jóvenes de su propio equipo. Florencio Aldrey Iglesias es un poderoso empresario mediático y hotelero: se vacunó él y gran parte de su familia. Y así fueron llenándose de colados los botes salvavidas.
Para mayor bronca, todo esto ocurrió el mismo día en que millones de argentinos intentaban inscribir a sus familiares de mayor edad, muchas veces sin éxito porque se caía el sistema. Y en un contexto donde el proceso de vacunación ha sufrido infinitos traspiés.
Primero el Gobierno anunció que había tratativas con Pfizer. Esas negociaciones fracasaron. Luego cerró un contrato para producir la vacuna de Oxford. Por problemas ténicos, eso está muy demorado. Paralelamente, la Argentina fue el primer país que cerro un trato para acceder a la vacuna Sputnik V. Eso generó un fuerte debate porque al momento el descubrimiento ruso no tenía ninguna validación internacional. Pero fue una discusión, ahora se ve, innecesaria porque Vladimir Putin envió apenas algunas cientos de miles de dosis, cuando había comprometido millones. En ese contexto angustiante, algunos amigos del poder recibieron el antídoto por la ventana. “Personal estragégico”, es la categoría se ha inventado la burocracia, que en estas cosas es genial, para justificar el desastre. Cada vez que un periodista pregunta a un funcionario por la inclusión de tal o cual persona en la nómina, responde así: “Es personal estratégico”.
El presidente Alberto Fernández, en ese contexto, le pidió la renuncia a su ministro de Salud, un viejo amigo, luego bajó de la comitiva de un viaje a México a dos legisladores, y también dio la orden de que se conociera la lista completa de los vacunados por el Gobierno nacional. Pero después de esa reacción rápida, moral y quirúrgica, recurrió a los vicios tradicionales de la política y empezó a despotricar contra periodistas, fiscales, jueces y opositores, desparramar porquería hacia otros lados, como si las personas fueran ingenuas y no se dieran cuenta de la maniobra. Se trata de la primera crisis política seria que enfrenta Fernández: de las decisiones que tome en las próximas horas dependerá su relación con una sociedad que hace solo un año lo respaldaba masivamente.
En cualquier caso, se trata de un episodio que quedará en la historia argentina, de la peor de las maneras. Es triste saber que el novio de Kate Winslet no es una excepción. A favor de él, hay que decir que su opción era mucho más dura: si no se trepaba al bote, seguramente moría. Acá no. La mayoría de las personas no mueren de coronavirus. Solo bastaba con cuidarse algunos meses más.
Pero pertenecer tiene sus ventajas. Alguna gente está tan acostumbrada a recibirlas, que ni siquiera se da cuenta.
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