El paradero desconocido de Cristina Kirchner
La vicepresidenta argentina faltó al acto del 17 de octubre, el día más sagrado para el peronismo. Puede parecer una cuestión anecdótica, pero tal vez sea algo más
El 17 de octubre es el día más sagrado para el peronismo. Ese día, en 1945, nació el liderazgo de Juan Domingo Perón, la figura política más prominente de la historia democrática argentina. El sábado pasado, se cumplieron 75 años de aquella jornada durante la cual una multitud de trabajadores logró que Perón fuera liberado de la cárcel en la que el propio Gobierno al que pertenecía lo había encerrado. El peronismo, que ha vuelto a gobernar la Argentina desde el 10 de diciembre, había programado una serie de festejos, reales y virtuales. Las pompas culminaban con un acto en la central sindical, que sería conducido por Alberto Fernández, el presidente, y por Cristina Kirchner, la vice, y –al mismo tiempo—la figura más poderosa del peronismo actual.
Pero Cristina no fue.
Pegó el faltazo, sin dar ninguna explicación.
El novio quedó esperando, ahí, solo, en el altar.
Puede parecer una cuestión anecdótica, y así lo explica el Gobierno. ¿Qué importa, finalmente, quién está y quién no en tal o cual acto? Pero tal vez sea algo más que eso si alguien se dedica a unir la línea de puntos. Desde que Alberto Fernández asumió el Gobierno, es muy rara la ocasión en las que se los ve juntos. Ella es reacia a aparecer en las fotos. En sus múltiples expresiones en las redes, Cristina casi nunca menciona a Alberto –así se los nombra en la Argentina—y, de las pocas veces que ha hecho alguna mención a determinado acto de Gobierno, alguna ha sido para criticarlo.
Nadie puede presumir que conoce realmente cómo es la relación entre dos personas tan importante. Solo ellos dos lo saben. Y, a veces, ni eso. Los seres humanos somos así: con suerte, sabemos algo sobre nosotros mismos. Pero si hubiera que juzgar esa relación por lo que aparece en público, se podría decir que hay algo que no fluye, que la armonía no sería su rasgo principal, que se respira cierta incomodidad.
Él es el presidente. Ella es la expresidenta que lo eligió como candidato porque a ella las encuestas no le aseguraban el triunfo. Él conduce el Gobierno. Ella tiene el poder. Y esa asimetría tan extraña tensa muchas situaciones, como la del sábado pasado. Si el presidente está solo en el escenario, ¿es una muestra de poder? ¿de abandono? ¿de conflicto en puerta? ¿Él es débil frente a ella? ¿Él es más sagaz y la conduce sin que ella lo perciba? ¿Cuánto tiempo pierden en estas peripecias?
Argentina está marcada hoy por dos tragedias, que no son exclusivamente argentinas. Una es sanitaria. En las últimas semanas es el país con más muertos por coronavirus por millón de habitantes en todo el planeta. La otra son las consecuencias sociales de la pandemia: más de tres millones de personas han perdido su empleo y reciben una muy pequeña asistencia monetaria. En ese contexto, el Gobierno no encuentra la manera de contener el dólar, la fuga de depósitos, la caída de reservas. A esos problemas, se le suma que la conducción del oficialismo no se muestra unida.
Hay dos interpretaciones extremas sobre las ausencias de Cristina Kirchner. La más condescendiente sostiene que ella no aparece para no eclipsarlo a él: sería un gesto magnánimo. A estas alturas parece un poco infantil que no hayan encontrado la manera de salvar esa nimiedad. ¿Tanto brilla ella y tan poco él, para que una presencia eclipse la otra? ¿No podrían compartir el firmamento? La interpretación más maliciosa sostiene que ella espera, agazapada, para dar el zarpazo. Si a él le va muy mal, está ella en la línea de sucesión. Y si no aparece mucho con él, no quedará marcada por sus yerros.
La verdad seguramente está en algún punto intermedio. La familia Kirchner nunca se sintió cómoda con un líder que no lleve ese apellido. Eso se conoce muy bien en Santa Cruz, su provincia de origen. Allí la pasaron muy mal todos los gobernadores que llegaron al cargo elegidos por Néstor y Cristina Kirchner, pero luego fueron abandonados a su suerte. De hecho, ese problema fue saldado cuando llegó a ese puesto Alicia, la hermana de Néstor y cuñada de Cristina. Alberto Fernández sufre algo de esa dinámica.
Las ausencias de Cristina, además, generan consecuencias concretas. No hay día en que algún partidario importante de ella cuestione alguna política importante de él, o manifieste cierta insatisfacción porque el Gobierno no es lo que esperaba o en el que algún funcionario de menor nivel, que responde a ella, lo critique a él sin que él pueda desplazarlo. Si ella hubiera sido presidenta, eso no ocurriría. Si ella hubiera sido presidenta, su vice no faltaría a ningún acto, y menos si su presencia hubiera sido anunciada.
Tal vez sean todas fantasías. Tal vez de verdad sean felices y coman perdices. Pero, para tranquilizar a la sociedad que conducen, cada tanto deberían mostrar que todo está bien entre ellos, que pueden sonreírse, acompañarse, compartir la escena pública. Sería muy natural y razonable que la vicepresidenta, sobre todo si es tan poderosa, respalde enérgicamente el camino del presidente que ella eligió. Sería todo un detalle. Un síntoma de urbanidad.
Por alguna razón extraña, sin embargo, ella pegó el faltazo. No a todo el mundo tiene que gustarle ir a las fiestas de cumpleaños. Un sábado a la tarde, encima. Tal vez haya sido apenas eso.
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