_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Rap y RIP

Alguno de nosotros, los mayores, recordamos el tiempo de la verdadera falta de libertad expresiva en las artes

Vicente Molina Foix
Pablo Hasel
Manifestación en Barcelona el pasado día 22 en apoyo a Pablo Hasél.LLUIS GENE (AFP)

Me sentí emparejado a Pablo Hasél, aunque no estoy en la cárcel, solo preso. La cosa comenzó el pasado septiembre, cuando unos nuevos vecinos llegaron al piso situado encima del que habito y pusieron música, creo que incluso antes de poner las camas. El concierto no se ha interrumpido desde entonces, ni de día ni de noche, siendo su repertorio algo similar al rap, modalidad sonora de la que me confieso indocumentado, pero en la que voy adentrándome a mi pesar. Un domingo, después de cinco meses altisonantes, con pataleos y gritos (pues parece que el rap no amansa, como otras músicas, a las fieras, ni apacigua a los hombres), uno de esos jóvenes vecinos rapistas dijo, ante mis protestas, la fórmula mágica: “Tengo mi libertad de escuchar música”. ¿Escuchar? Yo la oigo, sin captar los matices de sus letras, que me suenan como el rezo de un rosario. A todas estas apareció Hasél, apoyado por un amplio espectro (social): acólitos vándalos y gobernantes celosos de proteger la libertad de expresión. A quienes vivimos mal que bien de la expresión escrita, dicha o cantada, esas protecciones nos resultan poco de fiar; alguno de nosotros, los mayores, recordamos el tiempo de la verdadera falta de libertad expresiva en las artes, muy bien reflejada en la reciente novela de Gutiérrez Aragón Rodaje. ¿Y se acuerdan ustedes de la tan pregonada “libertad de acceso a la cultura”? Ese era el lema de los piratas del disco y del libro, de quienes hoy se habla menos, quizá porque haya más o naveguen bajo estandartes de camuflaje. Mis vecinos no quieren mi muerte violenta “al modo Hasél”, ni yo a ellos les deseo la cárcel; voy en son de paz. Pero ayer, mientras escribía esta columna bajo el fragor de sus letanías, tuve un recuerdo: las voces estentóreas y el ruido de las armas, hace 40 años, en el lugar de la palabra.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_