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COLUMNA
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Karaoke

Estar en el Gobierno y en el bar de la Universidad a la vez sólo es propio de personalidades infantiles, de esas que quieren hacer la revolución a la vez que cobras un sueldo de diputado o ministro

Julio Llamazares
Isabel Díaz Ayuso el jueves en la sesión plenaria en la Asamblea de Madrid.
Isabel Díaz Ayuso el jueves en la sesión plenaria en la Asamblea de Madrid.Marta Fernández Jara (Europa Press)

La presidenta de la Comunidad de Madrid, como habla como piensa, lo clavó: “Cualquiera de nosotros (los diputados de la Asamblea) tenemos más arte con dos cubatas en un karaoke que él”. La presidenta de Madrid se refería a Pablo Hasél, el rapero catalán por cuyo encarcelamiento arden las ciudades españolas por las noches estos días, pero yo lo entendí al revés: España es un karaoke. Sólo de esa manera se entiende la sobreactuación continua de nuestros políticos, la desentonación constante con la que interpretan la letra de sus canciones, el patetismo de su falta de sentido del ridículo ante un micrófono y la vergüenza ajena que nos producen muchos de ellos viéndolos moverse en el escenario sobre el que se creen artistas cuando sólo son borrachos de boda o de karaoke.

Pero no son solo los políticos, o por lo menos bastantes de ellos, los que responden a la caricatura que de sí misma hizo la presidenta de Madrid con acierto. Gran parte de la sociedad española de un tiempo acá participa de esa condición desinhibida que el escenario y un par de copas producen a ciertas personas y de la sobreactuación inherente a ella que facilita el volumen de los altavoces, que ahora se denominan redes sociales, así como la posibilidad de manifestarse tal como se es sin tener que avergonzarse por ello porque en los karaokes a partir de una hora se te perdona todo. Así que, en un país con problemas tan graves como los que está causando la pandemia tanto a nivel sanitario como político y económico, que se unen a los que ya teníamos, miles de jóvenes se echan a la calle a prender barricadas y a arrasar sus ciudades para presuntamente reclamar la libertad de expresión de un idiota que canta cosas tales como “no me da pena tu tiro en la nuca, pepero”, “ojalá vuelvan los GRAPO y te pongan de rodillas”, “¡que alguien clave un piolet en la cabeza de José Bono!” u “¡ojalá explote el coche de Patxi López!” (sus letras amorosas no mejoran el nivel: “Tú, puta zorra, cómeme la polla”, “mi ilusión es una fulana demasiado cara, voy a tener que violarla”, “follo con una loca que jura que me ama. Tiene buenas tetas y buen culo, pero quiero desaparecer”…) sería la prueba del nueve de que España está enloquecida si no fuera que algunos miembros del Gobierno la mejoran justificando al rapero y a quienes le defienden arrasando las ciudades y sus calles como Trump hizo con los invasores del Capitolio. Estar en el Gobierno y en el bar de la Universidad a la vez sólo es propio de personalidades infantiles, de esas que quieren hacer la revolución a la vez que cobras un sueldo de diputado o ministro y te sientas en las sedes de los órganos que ejecutan y hacen las leyes del Estado represor al que aborreces. Como lo son también las de quienes justifican al rapero sólo porque es de su nacionalidad (si fuera de otra, no lo harían).

El problema es que este karaoke no cierra a ninguna hora como los demás, y sigue funcionando día y noche sin darnos tiempo para recuperarnos de la borrachera, y la resaca empieza ya a ser peligrosa. Tanto como las letras de las canciones que algunos cantan últimamente y que recuerdan a otras que habíamos olvidado, pero que pueden volver en cualquier momento a poco que jaleemos a los borrachos que las entonan y a quienes esperan para sustituirlos.

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