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Columna
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Un Govern friki o efectivo

El cotidiano desorden callejero es un termómetro exacto del desgobierno catalán: de lo que da de sí un gobierno entre Junts y Esquerra

Xavier Vidal-Folch
Comparecencia del vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonès, este jueves en Barcelona.
Comparecencia del vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonès, este jueves en Barcelona.Generalitat de Catalunya/DGCG Rubén Moreno (Generalitat de Catalunya)

El cotidiano desorden callejero es un termómetro exacto del desgobierno catalán: de lo que da de sí un Govern entre Junts y Esquerra. Hasta el quinto día de altercados el consejero de Interior, Miquel Sàmper —un waterlóomano—, no se atrevió a definirlos como “vandalismo”, dando por bueno su inicio y su bondad pro libertad de expresión... incluido el apedreamiento de El Periódico de Catalunya.

El grupo de Laura Borràs lo único que ha hecho estos días ha sido culpar del desorden, sin haberse concluido la investigación oficial, a la “inaceptable respuesta” de los Mossos, sin criticar la violencia de bastantes manifestantes. Es lo que tiene el unilateralismo cerril. Sabe de criminalizar al Estado; de perseguir a disidentes, botiflers y traidores; de atacar a las empresas del Ibex; de quejarse de esa Europa que no le dedica monumentos; de defenderse de las imputaciones que recibe por corrupción desviándolas a la condena por malversación contra Oriol Junqueras. Entiende de destruir. Por eso machaca, si conviene, a su derechista Sàmper, como antes purgó a sus liberales Àngels Chacón y Miquel Buch. Junts solo sirve como picadora Moulinex.

El líder de Esquerra, Pere Aragonés, es el mejor colocado para encabezar el nuevo Govern —aunque le ganara Salvador Illa— porque puede optar a dos alianzas distintas. Una, con Junts y eventuales aditamentos: la CUP (que reniega), los Comunes (que la niegan). La de Junts es la opción friki al desgobierno: la que ataca “gestionar la autonomía”; la que contradice sus promesas de pragmatismo y diálogo con el Gobierno; la que quiere seguir chantajeándole, por débil y traidor. La que impediría toda obra de gobierno, porque ni está en eso, ni sabe, ni le interesa.

Un Govern con la sospechosa Borràs; o con su siguiente en la lista, Joan Canadell, admirador confeso de Donald Trump; o con Ramon Tremosa, que defendía como Matteo Salvini abrir las pistas de esquí en vez de confinar, solo para reventar a la consejera de Salud, la republicana Alba Vergès, jamás gobernará. Encarnan la parálisis a que conduce un programa imposible.

La otra opción, la de un Govern efectivo, admite variantes, todas cuantas eviten enfangarse con el unilateralismo. Una coalición de izquierdas (que asegura no querer); un Gobierno en minoría (con Comuns y abstención del PSC); un Ejecutivo con independientes... Requiere también, como prerrequisito, rehabilitar las instituciones: el Parlament. Y compartirlo, buscando para presidirlo alguien de —o aceptable para— el partido ganador.

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