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Columna
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Preocupada

Veo, aun sin bola, un futuro difícil que pasa por un presente mejor que un pasado dictatorial y tremebundo, pero que dista mucho de ser redondo

Marta Sanz
Bomberos apagan el fuego tras una protesta contra el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél.
Bomberos apagan el fuego tras una protesta contra el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél.DPA vía Europa Press (Europa Press)

He sido educada en la no violencia. Me da miedo. A menudo me echo en cara la huida de la confrontación. La búsqueda de la tangente y el templar gaitas. Luego, pese a los concursantes de los realities que nos escupen a la cara a gritos pelaos de autenticidad personal, me digo que ese talante conciliador no es defecto, sino virtud. Hoy estoy preocupada: una cosa es no compartir los métodos violentos y otra distinta utilizar políticamente la estrategia de la ceguera. Veo la desmesura con que los policías han “reducido” a los manifestantes en Valencia y, desde el otro lado, los disturbios en Barcelona a causa del encarcelamiento de Pablo Hasél. Enrique de Santiago declara, quizá para quitarle hierro a la rabia de la protesta, que lo importante es defender la libertad de expresión. Veo brutales enfrentamientos cuerpo a cuerpo, falta de expectativas, peste, odio, colas del hambre, sentencias judiciales más alucinógenas que el LSD, fatiga pandémica, precariedad, elevadísima tasa de paro juvenil… Veo, aun sin bola, un futuro difícil que pasa por un presente mejor que un pasado dictatorial y tremebundo, pero que dista mucho de ser redondo. En estas circunstancias, cuando al presidente se le llena la boca de democracia siento que la palabra democracia es conjuro, alfombra bajo la que esconder lo que no nos gusta. Nuestra democracia vale mucho y ha costado sangre, sudor y lágrimas, pero eso no significa que sea la panacea que nos libre de fijarnos en la realidad. La violencia proviene de alguna parte. La violencia no la ejercen los malos porque son malos: gentes del hampa, rebeldes sin causa, terroristas, psicópatas en un mundo feliz. También tiene un origen esa violencia verbal, discutible pero no imputable, de quienes lanzan diatribas, supuestamente antiburguesas, que insultan a Anguita, Cayo Lara, o afirman que Abascal e Iglesias son lo mismo.

Buscar las razones de la violencia no es lo mismo que justificarla. Pero si solo hablamos desde la perspectiva del logro, jamás entenderemos lo que está sucediendo. Una cosa es mantener la antorcha de la dignidad institucional, ser demócrata, y otra no indagar en las razones del resentimiento. Hay campos semánticos invadidos por términos confusos y sinonimias discutibles: los antisistema pueden ser demócratas y los prosistema no tener nada de democráticos. Los youtubers que fijan su residencia en Andorra son el baluarte prosistémico liberal —acumulación capitalista, mercantilización de la libertad, egoísmo, infantilismo, ¡Aeropuerto en Andorra, ya!—, pero no son solidarios ni parece que les interese la igualdad ni lo público ni lo común. Se puede ser demócrata y abominar de la violencia; se puede gustar de la violencia y ser demócrata —¿hace falta que recordemos nuestras guerras filantrópicas en defensa de la democracia y activadas por la espoleta del interés económico?— ; se puede no ser demócrata y además ejercer la violencia, una combinación que en este país conocemos bien y en cuya retroespiral podemos recaer a la mínima... Sería bueno someter a una prueba de calidad a la democracia, con todos los respetos hacia quienes se dejaron la piel construyéndola. Testar esos asuntillos que la desvirtúan: por ejemplo, las razones que enfrentan a Calviño y Díaz, por qué las vacunas tienen precio, de dónde nace la rabia, quién mueve los hilos.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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