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Columna
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Destrumpificar

Es urgente, inaplazable. A pesar de la pandemia y del sufrimiento económico. Trump no está acabado

Lluís Bassets
El expresidente de EE UU Donald Trump en una fotografía de archivo del pasado enero.
El expresidente de EE UU Donald Trump en una fotografía de archivo del pasado enero.CARLOS BARRIA (Reuters)

Es urgente, inaplazable. A pesar de la pandemia y del sufrimiento económico. Trump no está acabado. Aun sin voz en las redes sociales, ha sobrevivido a la derrota, a su fracasado intento de interrumpir la certificación electoral por el Congreso y al segundo impeachment. Mantiene casi intacta la popularidad entre sus votantes. Los dirigentes republicanos que le criticaron por su actuación el 6 de enero no han tardado en matizar sus palabras. Los sondeos le sitúan como el mejor candidato republicano para las primarias, opinión que comparte un 54% de sus votantes.

Destrumpificar el país y destrumpificar el partido republicano, antes de que se lo apropie para siempre. Siendo la esencia del trumpismo la mentira en dosis colosales, es prioritario restablecer la verdad del asalto al Capitolio antes de que la versión alternativa de la historia se instale definitivamente entre la mitad de la opinión pública. De atender a sus abogados o a los tertulianos de Fox News, no fue un asalto, una insurrección y menos todavía un fallido golpe de Estado, sino un inofensivo paseo turístico por los pasillos del Capitolio, agravado solo por las provocaciones de los infiltrados izquierdistas que dieron pie a algunos desagradables incidentes.

Las pruebas recogidas hasta ahora revelan exactamente lo contrario. Hubo víctimas mortales e innumerables heridos. Estuvo en peligro la vida de algunos congresistas, incluidos el vicepresidente Mike Pence y la líder de la Cámara, Nancy Pelosi. Trump estuvo constantemente al corriente, expresó su simpatía con los asaltantes y desatendió el llamamiento a refrenarlos que se le lanzó desde las filas republicanas. Fue una horrible jornada, pero todavía pudo ser peor, con muchas más víctimas si la policía no hubiera actuado con prudencia y hubiera imitado, en cambio, el comportamiento de las fuerzas del orden ante las manifestaciones antirracistas.

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Sin el exacto y rápido esclarecimiento de los hechos, incluyendo la fabricación trumpista de la leyenda de las elecciones robadas, los fallos de seguridad, el papel de Trump y de su entorno y la implicación de la extrema derecha, no habrá forma de prever que no se repita. Tampoco quedará restaurada la verdad ni será posible recuperar la ejemplaridad de la democracia, tan necesaria para mantener el liderazgo de Estados Unidos en el mundo.

El modelo es la investigación de los atentados del 11 de setiembre de 2001, realizada por una comisión bipartidista e independiente establecida por el Congreso y la Casa Blanca conjuntamente. Con comparecencia de testigos y expertos, con conclusiones y recomendaciones concretas. Si en aquella ocasión fue analizada la amenaza del terrorismo global, ahora corresponde situar bajo la lupa a la extrema derecha racista y supremacista.

Trump y la verdad son incompatibles. De ahí que destrumpificar y establecer la verdad sean la misma cosa.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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