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Columna
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Viacrucis sin cirineo

Sin marines en la costa la incapacidad coercitiva de la oposición venezolana es manifiesta

Juan Jesús Aznárez
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en Caracas, el pasado 22 de enero.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en Caracas, el pasado 22 de enero.MANAURE QUINTERO (Reuters)

El abatimiento de los venezolanos timados por Trump es comprensible, ya que depositaron sus esperanzas en el Pentágono para echar a Maduro y fueron víctimas de una mentira deseada, la del expresidente bocazas para zarandear el vértice chavista y, de paso, captar el voto venezolano y cubano del sureste de Florida. El contraveneno del desengaño es la paciencia y el alineamiento con la solución electoral que ofrecerá Biden: atenuación de sanciones a cambio de urnas creíbles. Conseguirlas con un escalamiento del castigo es improbable. La historia demuestra que el asedio comercial, económico y financiero empobrece a las sociedades, pero no derrumba los regímenes sostenidos por las Fuerzas Armadas.

La hambruna provocada por el Gran Salto Adelante maoísta (1958-1961) mató a 45 millones de personas hasta que Deng Xiaoping se alejó de la inanición con un gran salto capitalista sin soltar el poder. El marxismo bolivariano se sumergió en el capitalismo de Estado para mantenerse a flote, pero Venezuela no es China, ni tampoco la Cuba depauperada por méritos propios y por el embargo de Estados Unidos, cuya intervención en la solución de la crisis es fundamental. Cabe pensar que Biden ofrezca a La Habana el regreso a la normalización de Obama si allana el entendimiento con Caracas y no cubaniza ideológicamente su futuro.

Sin marines en la costa la incapacidad coercitiva de la oposición venezolana es manifiesta. Solo queda la negociación con resultados o la prórroga del embate de la Casa Blanca, la Oficina de Control de Activos Extranjeros y el consenso demócrata-republicano: la tropa más temida por los restos de la revolución de Chávez, costeada por el petróleo y el carisma del caudillo. A sus legatarios les inquieta más la capacidad desestabilizadora del desastre económico y el desplome de los servicios que la insolvencia de la democracia, irresoluble mientras la amalgama antigubernamental no acometa la larga marcha hacia una agenda común. La transición deberá será pactada por el chavismo y la oposición sin paredones de fusilamiento, salvo que los responsables de los crímenes denunciados en la Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos prefieran atrincherarse y reprimir, arriesgándose a ser citados por la Corte Penal Internacional.

A corto plazo, el sufrimiento de quienes carecen de medios e intención de irse es prioritario. El rescate de esa mayoría desamparada no admite demoras y reclama dos esfuerzos multinacionales en paralelo, el negociador y el humanitario, así como el ajuste de estructuras de producción caducas desde muchos años antes de que Trump las hundiera en la miseria. Las sanciones y la emisión de deuda para financiar un gasto público excesivo agravan el estrés financiero de un autoritarismo mendicante, que depende de los cálculos geopolíticos de China, Rusia, Irán y Turquía, atentos, a su vez, a las propuestas de Biden para calibrar su respaldo al chavismo. In crescendo, el viacrucis de los venezolanos no encuentra su cirineo, ni nacional ni extranjero.

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