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Tribuna
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Xi Jinping y la gobernanza china

El Partido Comunista necesita observar una ética exigente para legitimarse y conservar el poder

Xulio Ríos
Distintas traducciones de los libros del presidente chino Xi Jinping, en un encuentro sobre importación y exportación en Shanghai en 2020.
Distintas traducciones de los libros del presidente chino Xi Jinping, en un encuentro sobre importación y exportación en Shanghai en 2020.ALY SONG (Reuters)

Habiendo franqueado la barrera de los 70 años en el poder y teniendo en cuenta otras experiencias en similares circunstancias (desde el México del PRI a la extinta URSS con el PCUS), la cuestión de la longevidad se ha convertido en un asunto central en la política china. El PCCh, a las puertas del primer centenario de su fundación en 2021, se asoma también al dilema de la supervivencia. No es de extrañar, por tanto, que para Xi Jinping eso que llama la “construcción del Partido” se haya convertido en un tema vital.

El de la longevidad no es un asunto ni mucho menos ajeno a la cultura china. Los taoístas hicieron de ella su talismán y muchas de sus prácticas se orientaron al propósito de prolongar la vida; es más, puede decirse que la meta de esta doctrina es convertirse en inmortal. Y si a la historia nos referimos, se cree que el eunuco Zheng He llevó a cabo sus siete grandes misiones exploratorias al servicio del emperador Yongle justamente para hallar el elixir de la longevidad. Según la hipótesis de Gavin Menzies, en esa infructuosa búsqueda, Zheng He circunnavegó el globo y descubrió América a principios del siglo XV, antes que Colón y Magalhães, y fue la decepción imperial ante la falta de resultados lo que condujo a la cancelación de las expediciones colocándose entonces la primera piedra de la decadencia del imperio.

Para el PCCh, hallar la pócima secreta para mantenerse ininterrumpidamente en el poder y alejado de las crisis sistémicas depende en gran medida de la renovación de los trazos que deben fundamentar su legitimidad. La experiencia nos indica que es precisamente la obsesión por la permanencia en el poder lo que finalmente acaba por esclerotizar y minar la longevidad en su ejercicio. Y cuanto más absoluto es el poder, peor. El buque insignia de Xi para esta tarea es el Instituto Central de Investigación Política, hasta hace poco al cuidado de Wang Huning, su particular Zheng He, el creador de teoría política más relevante de los últimos treinta años en China. Con Xi se están dando más pasos hacia la conformación de un tercer estadio, evolucionando desde la legitimidad revolucionaria inicial y la posterior denguista basada en la prosperidad a la actual fundamentada en la observación de la ley, desechando la opción democrático-liberal.

Hasta tres puntos de apoyo podríamos identificar en ese afán de longevidad del PCCh. En primer lugar, la eficiencia de su gestión, la demostración de su capacidad para hacer frente con holgura a los retos más complejos. Si comparamos la China de 1949, con un PIB equivalente al de 1890, y la actual, la transformación es evidente. Que ahora mismo se haya declarado como un país libre de la pobreza extrema constituye un hecho histórico innegable y, a pesar de los claroscuros, una expresión más de esa voluntad transformadora en una sociedad marcada por ingentes traumatismos. Con la gestión de la pandemia en curso, errática en su inicio, aplicó idéntico libreto.

En segundo lugar, la adaptación flexible con un acompañamiento constante de los cambios que se producen tanto en el orden interno como internacional, identificando nuevas tendencias, patrones y ciclos así como prestando atención a la renovación de los liderazgos a través de la cooptación de nuevos dirigentes a los que prima infundir el “espíritu” del Partido. Este enfoque, a la vez continuador y resiliente, es extremadamente importante para asegurar la fidelidad a su propósito histórico.

Por último, la mejora de la gobernanza. A ello, el presidente Xi ha dedicado ya nada menos que tres gruesos tomos. La buena gobernanza debe sustentarse en la observación somera de una ética exigente como nervio estructural de un servicio público sobre el cual planea la sombra de la corrupción. Pero también en el trazado de un Estado de derecho cuya motivación esencial sería enjaular el poder, confesándose en este extremo deudor de Han Fei y su escuela legista. En la mejora constante del diseño de una gobernanza alternativa para asegurar la vitalidad del proyecto que representa el PCCh, Xi se ha desmarcado abiertamente del propósito democrático experimental de su antecesor, Hu Jintao, quien ansiaba transformar el PCCh en una especie de “provincia ideológica”, la más poblada del país, a modo de ensayo para una democratización del ejercicio público aun bajo el irrenunciable principio de la guía absoluta del Partido. Xi cerró esa puerta, zanjando cualquier discusión sobre la aplicabilidad de los valores universales.

La sociedad china es cada día más compleja como corresponde a una economía desarrollada y a un país en constante transformación. El PCCh acompaña estos cambios hasta donde puede, sorteando dogmatismos e intentando incorporar a su discurso y a su praxis algunas variables antes denostadas que ahora yuxtapone a su ideario tradicional. A priori, puede que no le asegure la longevidad pero tampoco debiéramos desestimar a la ligera su capacidad para trascender las que para nosotros son dicotomías irresolubles. Donde algunos ven solo coartadas para asegurarse la patrimonialización de un poder alejado del escrutinio democrático podría haber algo más, especialmente cuanta mayor relevancia adquiera la singularidad cultural en su vertebración.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China y Premio Casa Asia 2021.


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