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Columna
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Fábula de la Corona

Hace un siglo, cuando la corona era constitucional, resultaba temible porque tenía poder y lo ejercía. Pero ahora que es parlamentaria, carece de poder real, y por eso resulta inofensiva

Enrique Gil Calvo
Felipe VI durante su discurso de Nochebuena.
Felipe VI durante su discurso de Nochebuena.Pool (Europa Press)

Érase una vez un país cercado por la peste cuyos mandamases se entretuvieron durante las Navidades jugando con la corona como si fuera el juguete de moda. Por eso elevaban sus ruegos a Papá Noel para que les trajese en Nochebuena un discurso soberano capaz de restaurar toda su mancillada majestad. Y como no lo lograron más que a medias, siguieron apostando sus bazas al juego de regenerar la corona, incluso porfiando por convertirla si fuera preciso en republicana. Y el último en seguir el juego fue su presidente del Gobierno, que pidió a los Reyes Magos una reforma consensual de la Corona.

Hasta no hace tanto, en este país con la joya de la corona no se podía jugar, pues parecía un símbolo intocable preservado en el museo de la historia como si un secreto de estado: noli me tangere. Y el único que jugaba con ella era el propio monarca inviolable, quien creyó contar con derecho de pernada para hacer de su corona un sayo sin que los gobernantes que se lo toleraban osaran corregirle. Hasta que un día en Botsuana se le rompió su juguete al monarca revelando que estaba desnudo, lo que obligó a Rubalcaba a exigir al jugador coronado que aceptase abdicar. Pero con ello se levantó también la veda del juego de la corona, que desde entonces ha quedado abierto a cualquiera.

De nuestra clase política, el primero que se atrevió a jugar con ella fue el indeciso Rajoy, cuya tibia indolencia a lo Bartleby le impedía tomarse nada demasiado en serio. Y cuando la tropa secesionista se disfrazó de montaraz, poniéndose el Estatut por montera para remedar una sublevación carlista, el presidente Rajoy, en vez de dar la cara (“preferiría no hacerlo”), mandó en su lugar al primerizo monarca, que el 3 de octubre de 2017 hubo de hacer suyo el discurso soberano que el jefe de gobierno no se atrevía a pronunciar. Y con ello se jugó la suerte de la corona, que ese día perdió su autoridad moral, mediadora e imparcial.

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A partir de entonces, nadie se toma la corona en serio y todos pretenden jugar con ella, utilizándola como un pin-pon. Lo hacen los republicanos catalanes, que la vilipendian para ostentar una insolencia impostada de la que ya carecen por su fracaso secesionista. Lo hacen los populistas de IU, que la humillan de palabra para fingir un ardor revolucionario en el que nunca creyeron. Lo hace la caverna del PP y Vox, que la agitan al viento como una montera para encelar la embestida de la polarización. Y lo hace ahora el presidente Sánchez, que proyecta su regeneración como moneda de cambio para pactar con el PP la cúpula judicial, desactivando de paso a su socio de coalición.

Pero si todos juegan con ella es porque ya no la toman en serio. Hace un siglo, cuando la corona era constitucional, resultaba temible porque tenía poder y lo ejercía. Pero ahora que es parlamentaria, carece de poder real, y por eso resulta inofensiva. Ya no importa tanto como parece, y por eso se la puede cambiar, jugar con ella o hacerla republicana logrando que todo siga igual al modo de Lampedusa. Una fábula.

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