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Columna
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Salvemos vidas

Argentina ha asumido que dificultar el acceso al aborto no salva vidas, las condena

Manifestación a las puertas del Senado argentino celebrando la aprobación de la ley del aborto.
Manifestación a las puertas del Senado argentino celebrando la aprobación de la ley del aborto.Juan Ignacio Roncoroni (EFE)
Jorge Galindo

El año que acaba nos ha acostumbrado a contar muertes. Pero también nos debería hacer evidente que cada muerte no contada es una vida salvada. Que cada política que aprobamos, cada inversión que hacemos para tratar de evitar fallecimientos cuenta. Tenemos, eso sí, que medir su efectividad para poder ajustarla y tomar decisiones, manteniendo un objetivo claro: mejorar vidas. En Sudamérica y el Caribe, solo uno de cada cuatro abortos pueden ser considerados como seguros según un estudio publicado en The Lancet en 2018. En Centroamérica apenas un 18%. En Norteamérica o Europa, esta cifra se multiplica: 90%, 95%. La diferencia es que en estas regiones la norma, la renta y el sistema sanitario permiten acceso a procedimientos médicos de mayor calidad. Sin embargo, la cantidad de interrupciones del embarazo practicadas no es necesariamente mayor en estos países que en América Latina (véase las estimaciones publicadas por Susheela Singh, también en The Lancet). Argentina acaba de convertirse en la nación más grande de la región latinoamericana que deposita la decisión de interrumpir el embarazo en manos de la vida más inmediata, nítida e incontrovertiblemente afectada por dicho acto: la mujer. Con ello, asume en su ley lo que ya indican los datos: que dificultar el acceso al aborto no salva vidas; las condena. Las condena no sólo en la seguridad inmediata posparto de madre e hijo; también en el resto de la trayectoria vital. El Turnaway Study, centrado en EE UU, encontró que ante una denegación de aborto, se volvía más probable que las mujeres se mantuvieran junto a parejas abusivas, empeoraba su salud mental y la de sus hijos, y aumentaba significativamente la probabilidad de que éstos acabasen viviendo bajo el umbral de la pobreza. Tendemos a entender la “vida” como algo discreto, que existe o no, y preservable por sí mismo. Pero si 2020 nos ha enseñado algo es que la vida es una posibilidad sujeta a incertidumbre, un jardín de senderos que se bifurcan infinitamente. Algunos de estos senderos terminan produciendo un camino más fructífero y beneficioso. Los datos nos deberían ayudar a distinguir los senderos mejores. Y en este caso indican hacia la autonomía a las mujeres. La moral, por cierto, no está separada de esta perspectiva, sino que la abraza bajo el paraguas de la libertad. La de escoger el propio camino de la manera más segura posible. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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