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Columna
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Ahora luz de gas

Sin elecciones libres o implosión castrense, hay régimen bolivariano para rato en Venezuela

Juan Jesús Aznárez
Mural que representa al difunto presidente Hugo Chávez, en Caracas, Venezuela, el pasado 3 de diciembre.
Mural que representa al difunto presidente Hugo Chávez, en Caracas, Venezuela, el pasado 3 de diciembre.Ariana Cubillos (AP)

La dominación chavista de los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral y militar peligrará cuando los ranchos metropolitanos se harten de pasar hambre y arrasen a su paso, como en el Caracazo de 1989. La oposición lo intentó todo desde que Hugo Chávez alcanzó la presidencia e impuso sus tesis, legitimadas por las sucesivas victorias electorales y transformadas en el vademécum de un autoritarismo que no depende de la legitimación de las urnas para mantenerse en el poder. Ni el golpe petrolero de 2002, ni las abstenciones, ni las marchas, ni la coalición con el belicismo de Trump lograron su objetivo. Sin elecciones libres o implosión castrense, hay régimen bolivariano para rato.

El movimiento antigubernamental fracasará mientras siga tropezando con la piedra de la desunión y menosprecie el arraigo de Chávez en la memoria de los pobres, ahora casi todos, que le votaron una y otra vez porque mejoró sus vidas y autoestima. No votan por Maduro, pero tampoco se suman a las insurrecciones callejeras convocadas por la oposición mayoritaria, que perciben adinerada, clasista y alejada de sus preocupaciones.

Ser oposición en Venezuela no es fácil cuando las instituciones del Estado se movilizan en contra y las convocatorias al diálogo son maniobras para aparentar buena voluntad y consolidar poder. La consulta popular impulsada por Guaidó se antoja tan irrelevante como el Parlamento resultante del simulacro. Más de lo mismo. Pero el efecto movilizador de la denuncia de que Venezuela ha sido secuestrada por una dictadura corrupta es nulo en las barriadas, que se encogen de hombros o señalan a los delincuentes refugiados en las filas de la oposición.

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El vértice al mando pedirá ahora el levantamiento de sanciones a cambio de luz de gas. Sin sindicatos ni asociaciones civiles fuertes, con el sistema de partidos pulverizado, una sociedad desorganizada no puede imponer cambios en la agenda del régimen. Al histórico parasitismo petrolero corresponden las culpas de la ausencia de una masa crítica capaz de ejercer de contrapoder.

Unas elecciones homologables facilitarían la reconstrucción nacional, pero el Gobierno no las convoca porque las perdería derrotado por la única coalición agigantada: la constituida por los electores cohesionados en las colas de las gasolineras y los centros de abastecimiento, durante los cortes de agua y gas doméstico, dependientes de la caridad. Serían ganadas por las víctimas del hundimiento de los servicios, por los nacionales cansados de la matraca de que la patria sufre porque el imperialismo la atormenta.

Inculpable por acción u omisión, la oposición es un sonajero de egos y errores. La designación de Ramos Allup al frente del Parlamento, hace cuatro años, fue uno fundamental. Equivocando la correlación de fuerzas, abrió el hemiciclo con un puntapié al retrato de Bolívar: la excusa perfecta de sus idólatras para anular la cámara. De aquellos fallos, y de otros más, estos lodos liberticidas.

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