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Columna
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Georgia on my mind

Joe Biden solo podrá gobernar cómodamente y regresar a los acuerdos internacionales si consigue también el control del Senado

Lluís Bassets
El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, este viernes en Savannah, Georgia (EE UU).
El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, este viernes en Savannah, Georgia (EE UU).ELIJAH NOUVELAGE (Reuters)

De aquí al 5 de enero, me temo que no podremos sacarnos a Georgia de nuestra cabeza. Muchas veces les preguntaron infructuosamente a los autores e intérpretes de la canción, especialmente al gran Ray Charles, si era una chica o era un Estado. Ahora no hay dudas de lo que está en las mentes de cuantos temen por el futuro de la democracia en Estados Unidos: es un Estado, en el que Joe Biden ha vencido a Donald Trump por 12.000 votos, y donde se celebrará una segunda vuelta para la elección de dos senadores que no alcanzaron el 50% legalmente requerido el pasado 3 de noviembre.

Si los demócratas consiguen estos dos escaños, Biden contará con mayorías en las dos cámaras del Congreso y por tanto con márgenes para aplicar su programa y corregir los disparates de su antecesor. Si son los dos candidatos republicanos los que ganan, el presidente electo tendrá que conformarse con la precaria aunque valiosa victoria de haber conseguido desalojar a Trump de la Casa Blanca.

Es una campaña encarnizada, que está convocando a pesos pesados como Barack Obama o Mike Pence y suscitando una recaudación de fondos insólita. En las presidenciales ganó Biden por un margen de 0,2%, pero en las senatoriales una ventaja análoga, aunque inversa e insuficiente, fue para los candidatos republicanos. Las grandes ciudades, de población mayoritariamente negra, fueron las que decantaron un resultado tan ajustado, hasta el punto de permitir el recuento voto por voto de todo escrutinio, tal como exigieron los picapleitos trumpistas.

No sirvió para cambiar el resultado, como tampoco han servido las denuncias histéricas de Trump de un fraude electoral. Si acaso, para dividir al partido republicano georgiano, ofendido por las acusaciones trumpistas, precisamente porque tiene el Gobierno, el Senado y el Congreso del Estado, y poco dispuesto a enredarse en una estrategia que desanime el voto el 5 de enero y perjudique a sus candidatos.

Si Biden consigue sumar los dos senadores demócratas de Georgia, habrá un empate a 50 en el Senado, a dirimir por el voto de su presidenta, la vicepresidenta Kamala Harris. Con esta mayoría tan ajustada será posible la ejecución del programa de gobierno, pero también acuerdos internacionales como el de París sobre cambio climático o con Irán sobre desarme nuclear. Si el mundo estuvo pendiente de Washington el 3 de noviembre, ahora, en la próxima víspera de Reyes, deberá tener a Georgia en la mente.

Una versión anterior de esta columna llevaba por título ‘Georgia in my mind’ cuando el título correcto de la canción es ‘Georgia on my mind’



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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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